La mañana del pasado domingo mientras trababa de escribir esta columna y lidiaba con los “terribles” efectos del cambio de hora, caí en la cuenta que todavía no tenía listo mi kit de supervivencia, y he de decir que me asalto una sensación de mala conciencia, por no ser un buen y obediente ciudadano y no atender tan sabia recomendación de la Unión Europea.
En un nuevo episodio de desconexión con la realidad, la UE ha decidido dar un paso al frente hacia el abismo del ridículo. Su última genialidad es una campaña oficial que nos recomienda preparar un kit de supervivencia para 72 horas, como si viviéramos al borde de un colapso civilizatorio cada lunes por la mañana. ¿Porque 72 horas?, quizás porque “la vida son tres días” (“dos de ellos, laborables”, como añadía Tierno Galván).
La UE ha descubierto que estamos en peligro. Ayer la amenaza era el cambio climático, hoy estamos más preocupados por las grandes crisis, y el delirio burocrático ha alcanzado nuevas cotas de absurdo. La misma maquinaria que regula el tamaño del pepino, que nos ha impuesto tapones de botella imposibles de separar del envase “para salvar el planeta”, o persigue las flatulencias de las vacas por su impacto en la capa de ozono, ahora se transforma en gurú del apocalipsis doméstico. Se sugiere a los europeos que llenen una mochila con linternas, botellas de agua, una radio a pilas, medicinas, documentos, latas de comida y una manta térmica. La imagen es tan grotesca como reveladora.
Que el mundo se enfrenta a desafíos ignotos es evidente, pero la cuestión es si las causas esgrimidas y las soluciones aportadas son las correctas. Y viendo el percal europeo, infantiloide, burocrático y caprichoso, la duda es una obligación moral. Alguien ha debido descubrir que el pánico es una poderosa herramienta de control social, y el kit de supervivencia parece una maravillosa excusa para extenderlo y, desde ahí, ahorrarse las imprescindibles explicaciones que una clase política decente daría a una sociedad a la que respetara. De este modo, el miedo ya no es una consecuencia de las crisis, es la materia prima de la política contemporánea. Una ciudadanía asustada es más obediente y está más dispuesta a aceptar lo que venga.
Nuestros padres y abuelos, siempre estuvieron preparados para las crisis y cuando pronunciaban la palabra “guerra” se echaban a temblar, porque esto era algo serio. Hoy en día, sin embargo, esta palabra apenas nos conmueve. Y el kit de guerra directamente nos da la risa floja.
La guerra es un algo omnipresente en la historia de la humanidad, pero las instituciones europeas han negado esta realidad y ahora vivimos las consecuencias de esa política que negó esta evidencia y en donde el tema militar pasó a ser invisibilizado y boicoteado.
Las emergencias van cambiando usos y costumbres, pero lo que tengo por cierto es que el kit sugerido por la UE no vale nada al lado de una caña de lomo, un jamón ibérico de bellota, o un buen vino. Después del asesinato de Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973, la gente salió de sus casas para comprar fundamentalmente legumbres; en el 23 F se hizo lo propio, pero en este caso se buscaban conservas; y en marzo de 2020, con la pandemia, la urgencia se dirigió al papel higiénico. Ya se ve que los europeos modernos no tienen bien orientadas sus prioridades. De todos modos, si todo se hunde, ya sabes: abre tu kit, enciende tu linterna y aguanta el chaparrón como puedas.
