Al cumplirse los primeros cien días de legislatura, al Gobierno le ha estallado
un episodio grave de corrupción. Parece que algunos en un partido que
acumula centenares de causas judiciales, desde la condena del “caso Filesa”,
por financiación ilegal, a la sentencia de los ERE por prevaricación y
malversación, se les ha olvidado que robar al Estado es corrupción. Pero
además, hacerlo en plena pandemia de Coronavirus, es escandaloso y una
desvergüenza.
La trama de las mascarillas es un castillo de naipes con un responsable, Pedro
Sánchez, dos actores principales Koldo García y José Luis Ábalos y varios
secundarios. Todos igual de responsables.
Ábalos sin Sánchez no hubiera sido gran cosa, pero Sánchez sin Ábalos no
hubiese sido nada. Fue su hombre de confianza, desde la salida forzada del
PSOE en 2016 hasta la conquista de Moncloa dos años después. Ahora se le
quiere hacer pasar por el único culpable de lo sucedido, porque ya se sabe que
su ex jefe no es más que otra pobre víctima de las andanzas de un subalterno
codicioso.
Koldo, portero de prostíbulo, custodio de avales, escolta y chófer, concejal,
asesor del ministro, miembro del consejo de administración de Renfe y hombre
para todo del PSOE. Con una trayectoria nada despreciable, bien aprovechada
y mejor remunerada, terminó sirviendo a los intereses de la causa “sanchista” y
a los suyos propios.
Los otros peones son el ex ministro, Salvador Illa, los ministros Grande-
Marlaska y Ángel Víctor Torres y la presidente de las Cortes, tercera autoridad
del Estado, que lo tiene francamente mal.
¿Qué pensarían todos estos cuando se embolsaban millones de euros en
comisiones?, desde luego no lo que decía Thomas Carlyle: “Haz de ti un
hombre honesto, y entonces podrás estar seguro de que hay un sinvergüenza
menos en el mundo”.
Desde el PSOE piden a Ábalos que ponga su cabeza bajo la guillotina y se la
deje cortar sin rechistar, todo para salvaguardar el buen nombre del partido y
que el escándalo no afecte al líder. Pero su respuesta ha sido ¡no!, porque eso
del sacrificio es una memez y hasta un sarcasmo.
La lucha entre Ábalos y el presidente tiene tintes shakespeareanos y el
hombre, destrozado por la traición de su amigo Pedro, amenaza extendiendo
su índice acusatorio con dar cumplida respuesta a las demandas de
información de los ciudadanos. Pese a todo, cabe preguntarse de si todavía
pueden caer más bajo. Y lamentablemente la respuesta es un rotundo sí. Los
hechos que afloran en torno al Ábalosgate son, muy probablemente, la punta
del iceberg de un fango de negocios turbios pactados en reservados de
restaurantes de lujo.
Siguen proclamando que son un modelo de transparencia, implacables contra
la corrupción, y progresistas, pero nunca el honor de las instituciones
españolas cayó tan bajo, como en este tramo de la historia democrática y
constitucional del país.
El caso Koldo amaga con ser una gota malaya mediática peor que la amnistía y
si hace unos días decíamos que se había transformado en el caso Ábalos, hoy
procede decir que ya es el caso Sánchez. No sé cuándo regresará la dignidad,
la ética y la integridad a este Partido, pero difícilmente lo hará a medio plazo.
Cada día que pasa la situación que vivimos me recuerda más a los últimos días
del Felipismo, cuando todo olía a podrido en Dinamarca o en la Moncloa. ¡Ya
veremos!