Desde que en 1843 el escritor Charles Dickens propiciara con su Cuento de Navidad lo que algunos historiadores consideran el inicio de la Navidad moderna -el azar quiso que ese mismo año apareciera el que puede considerarse primer christmas, del pintor John Callcott Horsley- es costumbre entre los practicantes de la escrita remedar en creaciones propias idénticos sentimientos a los apuntados por el escritor inglés en aquella primera obra y siguientes, en los que el espíritu navideño es capaz de obrar el milagro de devolver a los duros de corazón la conciencia social y la preocupación por los más desfavorecidos. Una costumbre que los escritores más insustanciales y hedonistas suelen llevar al terreno de la propia intimidad evocando, desde la nostalgia por los tiempos idos, sus infantiles emociones navideñas. Pero esto último no es más que literatura. Y no están precisamente los tiempos actuales para ensoñaciones bucólicas o cándidas añoranzas.
Porque la denuncia de Dickens pervive en su literalidad y se hace continuada demanda en la perpetuación de la desigualdad de clases, acentuada por una nunca resuelta solución para quienes viven en la indigencia y en índices de pobreza que el Fantasma de las Navidades Presentes del cuento sitúa ahora mismo en más de 600.000 mil gallegos.
Pero más allá de esa cronificada lacra de la desigualdad social que ONGs y ciudadanía –más que las Administraciones- vamos combatiendo con toda la generosidad que posibilitan nuestros menguados bolsillos, testigos de nuestro tiempo y nuestra propia peripecia vital como comunidad en valores y derechos, lo acontecido en las últimas semanas en el panorama político español hace derivar el argumento dickensiano hacia otra no menor preocupación que, cuales nuevos Scroogens, nos interpela en lo más íntimo de nuestra conciencia como ciudadanos de bien.
Cuando el 12 de mayo de 2005 Pilar Ruiz Albisu, madre del socialista asesinado por ETA Joseba Pagazaurtundua, publicó en ABC la carta –“A tus pasos los llamarás valientes”- dirigida al líder del PSE, Patxi López, cabría pensar que el vaticinio contenido en su misiva respondiera nada más que a la enfervorizada y emocionada tristeza de una madre por el asesinato del hijo a manos de la banda terrorista y por el elevado precio que la defensa de las ideas socialistas –y “populares”- en la Euskadi del momento llevaba inherente como riesgo, más certero que previsible.
Pero más allá de la fatídica premonición, toda la carta estaba llena de una clarividente sensatez y sesuda reflexión analítica –“Por eso me atreví a decirte que pensaras en las cosas que son realmente importantes: la vida y la dignidad. La defensa de la vida y de la libertad y de la dignidad es más importante que el poder o que el interés del Partido Socialista”- al mismo tiempo que alejada de todo afán revanchista -“quienes lloramos a los muertos hemos renunciado a vengarnos. Como sociedad no aplicamos la pena de muerte, ni la cadena perpetua. Ésta es la prueba de la inmensa generosidad de nuestra sociedad”-. Para denunciar, en fin, una tremenda constatación – “Porque, Patxi , ahora veo que,efectivamente, has puesto en un lado de la balanza la vida y la dignidad, y en el otro el poder y el interés del partido”-.
El dickensiano Fantasma de la Navidad del Presente, de ahora mismo, del final de este atribulado 2023, nos trae la más abyecta de las ignominias, la que llevó a condenados por delitos de sangre a las listas electorales, la que se perpetúa en los continuados homenajes a los etarras asesinos tras sus excarcelaciones; la misma que ahora, con el apoyo del nuevo socialismo (¿?), aúpa a los puestos de poder político a los directos herederos de los autores y cómplices de aquellos infames crímenes, en la más cruda evidencia de que la adocenada sociedad civil española acabó por creerse como sinónimo de paz y conciliación lo que no es más que el provechoso fruto, la pródiga cosecha de aquellos crímenes que indignaron al conjunto de la ciudadanía. En suma, la peor de las derrotas como convivencia y valores que duelen especialmente en el alma de cuantos hemos visto perder la franca sonrisa y la ilusionante juventud de amigos, vecinos y hasta familiares que la siembra del odio terrorista se encargó de arrebatarnos –hasta 68 gallegos en la larga nómina de la excrecencia etarra- .
Y sí, es justamente ahora, en este inicio de la Navidad que queríamos en paz, cuando el pronóstico, la profecía de la atribulada madre de Joseba cobra su pleno sentido para cerrar el círculo sin salida de la más ignominiosa claudicación política: “Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. A tus pasos los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros muertos!, Patxi. ¡Qué solos estamos los que no hemos cerrado los ojos!”.
En el cuento de Dickens, el Fantasma de las Navidades Futuras muestra a Scrooge su propia muerte, cuando ya se ha convertido en un viejo solitario al que nadie quiere recordar. Y no, no parece que en el socialismo actual –ni en sus dirigentes ni en cuantos les siguen en adocenada procesión dos caladiños- pueda hacerse realidad el navideño milagro de un serio arrepentimiento en esa su última oportunidad para redimirse.
