Una de las causas del atraso económico de Galicia fue el minifundio, la división de la propiedad rural en fincas de dimensión tan reducida que no solo dificultaba la explotación y hacía inviable su rentabilidad, también generó graves tensiones entre propietarios de terrenos colindantes por discrepancias con los lindes -los famosos marcos- que enturbiaron la convivencia vecinal y originaron pleitos, peleas y alguna muerte.
Las malas relaciones de vecindad “por culpa de la tierra” llegaron hasta nuestros días en forma de dichos, refranes y coplas que contaban aquellas disputas. Una de esas tonadillas me la contó un paisano leído, buen observador del mundo agrario: “Púxenlle pleito a un veciño pola cuestión dun regueiro; perder, perdin canto tiña, pero amolar, amoleino”. Una cuarteta imperfecta que describe las intrigas y peleas de aquel entorno y también reflejaba el “minifundio mental” de algunos habitantes del rural, que aún persiste en otros sectores de la sociedad gallega.
La solución buscada para acabar con el minifundio fue la concentración parcelaria que, como su nombre indica, trataba de agrupar fincas dispersas para conseguir su viabilidad laboral y rentabilidad económica. Pero la concentración resultó conflictiva en muchas aldeas, requería demasiada burocracia y su realización era de una lentitud exasperante.
Por eso muchos labradores y ganaderos optaron por actuar por su cuenta con otra figura, las permutas, el intercambio de fincas entre particulares para que cada uno consiga parcelas más extensas que hagan rentable la actividad agrícola, ganadera o forestal. La parte técnica de la medición de fincas y la burocrática de la inscripción de los terrenos están financiadas con dinero público, lo que hace más atractivo el modelo.
Las permutas empezaron a implantarse en A Estrada, Ordes, Outeiro de Rei, Guntín y ahora arraigan en Friol, concello ganadero en el que logran resultados con rapidez -en la primera fase 750 hectáreas-, lo que genera un “efecto dominó” que atrae a más agricultores y ganaderos a adherirse a ellas.
Lo cierto es que el campo gallego que venía padeciendo el mal endémico del minifundio experimentó en los últimos años una gran transformación gracias a una generación de agricultores y ganaderos jóvenes que, con nueva mentalidad y fuertes inversiones, rompieron el maleficio de la economía minifundista de subsistencia y crearon explotaciones agrícolas, ganaderas y forestales con dimensión y capacidad para competir en condiciones de igualdad en el entorno español y comunitario.
Esta iniciativa de Friol y de los concellos citados merece todo el impulso de las administraciones. Que cunda el ejemplo.