Los cementerios, vecinales y municipales, de los pueblos de la Ría de Arousa, desde Ribeira hasta O Grove, acogen demasiados cuerpos de personas inocentes. Han perdido su vida por culpa de la lacra de la droga. Ellos eran los más débiles de toda una macabra cadena de mafia, terror, lujos y grandes fortunas. La mayoría de nosotros, por omisión, fuimos responsables de ese largo y oscuro período que ya forma parte de la historia negra de Arousa.
Los que nacimos en la década de los sesenta y setenta formamos ya parte de la generación perdida, por culpa de la droga. Para muchos era un negocio redondo (principalmente para los narcotraficantes, pero también para algunos industriales, ciertos miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, bastantes entidades financieras que se encargaban del blanqueo del dinero obtenido y muchos ciudadanos de a pié que colaboraban en el desembarco y transportes de la mercancía).
Era una gran cadena humana en la que nadie alzaba la voz, todos callaban ante los suculentos ingresos económicos obtenidos y sin mucho esfuerzo.
Pocos pensaban en las nefastas consecuencias y en el reguero de víctimas humanas que depararía el futuro. Gracias a un grupo de mujeres, madres en la mayoría de los casos, que veían como sus hijos acortaban sus vidas, por culpa de esta lacra. Sin miedo y a cara descubierta, se enfrentaban a los narcos, a sus familias y ante sus negocios o mansiones privadas, denunciándolos ante las fuerzas del orden público o en los propios tribunales de justicia. Al principio fueron humilladas y amenazadas, pero su tesón y valentía las llevó a ganar la batalla al narcotráfico.
“O de sempre, para non variar: susto ou morte” – Antón Luaces
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