
Feliz entrada en el otoño oficial.
Por fortuna, yo entro bien, con la mente y el cuerpo cargados de experiencias gozosas. Hace pocos días tuve la ocasión de visitar en el monasterio de Oseira, llamado “El escorial de Galicia”, que recomiendo a cuantos puedan acercarse a lo que fue tierra de osos (de ahí su nombre). A pesar de la mascarilla, poco tardó en identificarme el hermano archivero del monasterio, y mencionar A nosa cinza como descubrimiento literario de su adolescencia ante mi grupo de visitantes.
Una alegría para quien escribió esa novela de juventud fresca; pero –quiero insistir– no fue la única que escribí, como sabes.

Volveré a Oseira porque quiero ver sus archivos; y les llevaré algún ejemplar de El calor de la ceniza para que, cómodamente, lean sobre la vida y milagros de mi generación los monjes de habla castellana: en la orden conservadora del monasterio hay religiosos de todas las procedencias.
En cuanto a A mala sangre (disponible en unos días en formato digital y en papel), he ahí la respuesta de un amigo sobre las fotos de la última nota que os mandé:
«Perdona, pero no me atrevo a contestar a la pregunta que me haces sobre esos dos personajes. Además, al de la derecha no lo reconozco… No pierdas de vista mi edad. Creo ser consciente que perdí parte de mis facultades mentales y no quiero forzarlas…
Tú, que eres joven, puedes seguir, y debes, produciendo lo que sabes hacer bien… Yo intenté relatar parte de mi vida que creo interesante, pero solo tengo unos apuntes y dudo que pueda “construir” algo… Hasta la próxima.»
No soy joven pero, mientras la salud me lo permita, escribiré. Lo prometo a todos los que gozáis con mis “fantasías”, como les llamaba don Gonzalo Torrente. Y, si algún amigo necesita que lo ayude relatar, cuente conmigo…
Respecto a las fotos, la de Adolf Hitler va hasta con nombre. Difícilmente identificable es su sosias Alexander Schikorrd, cuyas imágenes de identificación policial reproduzco a continuación.


Schikorrd era un alemán perdido en la polvareda patagónica de Comodoro Rivadavia. Ejercía de vendedor ambulante de corbatas hasta que sus compatriotas nazis se fijaron en cómo se parecía al Führer y decidieron que el barbero le hiciese un arreglo de pelo y bigote para aumentar tal semejanza. A continuación le suministraron uniforme del partido Nacional-Socialista y lo llevaban a presidir los desfiles de apoyo a la causa del Reich de los Mil Años.
Ese sosias de Hitler aparece en el relato de A mala sangre como personaje-persona, pues tal fue: uno más de los seres reales que se mueven en el telón de fondo de la historia negra de su protagonista, Alfredo Mosquera, “Cojomelo”, “Gayego Mosca” o “Petiso forzudo”, un emigrante que se escapa del estereotipo del gallego trabajador, levantador de economías iberoamericanas.
Y, para despedida, la foto de otra persona muy relacionada con Comodoro Rivadavia y los acontecimientos que determinaron muertes y huidas de los personajes inmediatos a Alfredo Mosquera.

Espero que lo identifiques. Si recuerdas la Historia de la Argentina y te retrotraes a 1943, quizá te atrevas a sugerir porqué aparece oportunamente en el relato.
Salud y lectura en tiempo de pandemia que no acaba.