
Llegó el día. Se cumplió el vigésimo aniversario de unos atentados que sin lugar a duda cambiaron el curso de la Historia. Mal que pese, nada volvió a ser lo mismo desde aquel 11 de septiembre de 2001. Y no nos engañemos. No volverá a serlo. Podríamos hablar largo y tendido sobre el suceso. De las luces y sombras. De los “indicios” que nadie vio, no supo interpretar o a saber qué otra cuestión. A toro pasado, cierto que muchas cosas parecen evidentes. Pero no olvidemos que a veces, sobre todo cuando se produce una situación traumatica, se tiende a confundir inducción con deducción. Al final podemos buscar mil causas. Mil responsables, que tampoco coinciden exactamente con los “culpables”, pero eso no influye lo más mínimo a la hora de afrontar las dimensiones de esta tragedia. Hay quien se empecina en seguir viendo en lo ocurrido una conspiración que trasciende con creces a los hechos probados. Desde aquí no voy a hacer valoraciones al respecto. Solo poner sobre el papel ciertas cuestiones que considero interesantes. Por aquel entonces yo trabajaba en un aeropuerto, así que algo les puedo contar al respecto. Un detalle que llamó poderosamente la atención al poco de llegar a mi destino, era la laxitud de las medidas de seguridad. Aún teniendo en cuenta que estaba en una localidad pequeña, la afluencia de vuelos, tanto nacionales como internacionales, era considerable. Dirán que una isla tampoco es el lugar más propicio para perpetrar una acción de gran calado y que británicos, germanos, italianos o escandinavos no se encuentran precisamente entre los más peligrosos del mundo. Si acaso, un londinense que se pasa con la cerveza o ginebra, o algún “apenino” que se quiere pasar de listo. Pero miren por donde, que al tercer día de trabajo, me encuentro con mi primer reto serio recibiendo a pie de pista al Almirante de la VI Flota del Mediterráneo y su familia. No sólo eso. Poco después de irse los americanos, comenzaron los preparativos para la llegada del presidente del gobierno, que ese año eligió uno de los parajes idílicos para pasar sus vacaciones. Pues bien, entonces la preocupación parecía centrarse única y exclusivamente en el terrorismo de ETA, de manera que todo el mundo empezó a ver fantasmas donde no los había. Pero como les decía, hubo un detalle que me chirrió por encima de todos los demás. Y es que una vez los pasajeros pasaban el pertinente filtro de seguridad, en las tiendas Duty Free de la zona de embarque podía comprarse de todo. Desde botellas de licor a navajas multiuso. Comenté el tema con compañeros y superiores, obteniendo siempre la misma respuesta:Bah!!! Si no pasa nada.
Y cierto que no pasaba. Hasta que empieza a pasar. Imagino a los malos en dicha tesitura. Pasan una vez, dos, tres… Treinta. Al principio creerán que todo es un señuelo. Que alguien está observando en busca de algo llamativo hasta que te pillan. Pero luego ven que no. Que nadie está realmente preocupado. Que se vive en un mundo de desidia buenista donde todo lo más, le mandan a un tipo ataviado con cinturón de tachuelas que se lo quite antes de pasar por el arco detector de metales. Una vez accedes a la siguiente zona, como si te compras la réplica de una cimitarra(esto sucedía igualmente en los controles de entrada a la Exposición Universal de Sevilla. Te quitaban la navaja de cortar el pan, pero dentro podías comprar una katana… Muy normal todo).Por eso incidía líneas arriba en que no es lo mismo tener responsabilidad que ser sujeto activo del delito. El malo es malo, y como tal, busca la manera de liarla. Si tiene un objetivo, lo va a llevar a cabo. Pero si ve que es muy difícil o imposible, pueden pasar dos cosas:o busca uno más fácil o desiste. Y ahí es donde entran los responsables de elaborar y reforzar los planes de seguridad. No se trata de caer en psicosis y ver amenazas aparentes hasta en una sandía. Pero tampoco es de recibo pensar que todo el mundo es bueno, porque no lo es.
En definitiva. Los culpables de la atrocidad que segó miles de vidas aquella anodina mañana de hace veinte años no son otros que los terroristas. Ejecutores, financiadores e ideologos. Todos comparten idéntico grado. Pero si hablamos de responsabilidad, mal que pese, debemos mirar hacia dentro y hacer autocritica. Vender objetos punzantes en las tiendas del aeropuerto, como los cutters empleados por los secuestradores, está claro que no era buena idea. Más grave aún que en terminales como la de Boston, y ya después de los atentados, un agente encubierto pusiera en jaque al equipo de seguridad tras colar una granada en el interior de un vaso de café. Pues menos mal que era un policía y no otro terrorista.Y es que la rutina es muy mala compañera. A ello sumar una mala planificación y formación. No es de recibo poner a alguien a manipular un escaner sin haber recibido antes el correspondiente curso. Y tampoco es buena práctica lo de los puestos fijos porque resulta más fácil de coordinar que un equipo itinerante. Una persona puede ser muy profesional, pero después de más de dos horas viendo la pantalla, se pierde. Da igual si la maleta lleva bragas o un Kalashnikov. Si el turno es de doce o dieciséis, imagínense.
Para un jefe de equipo, la operatividad efectiva debe ser lo primero. No basta con tener una persona cubriendo cada puesto. Deben saber lo que hacen. Comprobar por qué salta una alarma y justificarla. Bloquear o abrir puertas cuando corresponde y no dejarlas abiertas porque “es más cómodo”.
Todo esto que les cuento y he analizado a conciencia, también lo saben los malos. Y aunque no nos guste reconocerlo, se lo pusimos muy fácil. Lo peor de todo, es que nadie tiene certeza de que no vuelva a ocurrir. Porque seguimos siendo “mu buenos”. Porque no vaya a ser que fulano se ofenda, o que por registrar a un sospechoso (siempre dentro de los parámetros legales), te llamen racista y ya esté fulanito “el de la ONG” preparado para llevar las fotos a la prensa o al político de turno.Nadie propone obviar los Derechos Civiles inalienables a cada individuo. Pero hay un derecho que fundamenta a todos los demás, y sin el cual, carecen de sentido:la vida.Aquel 11S de 2001,miles de personas perdieron la suya porque unos fulanos a los que ni siquiera conocían, decidieron que había que castigar a los EEUU. Muchos de los fallecidos no eran ni siquiera norteamericanos. Otros, tan musulmanes como los que secuestraron los aviones que acabarían impactando en las torres del WTC. Y todo para qué? Lograron algo?
No. Sólo meternos a todos en un mundo convulso donde no hay guerra, pero tampoco paz.
Veinte años. Muchísimas víctimas inocentes y anónimas. Muertos, mutilados. Personas que arrastrarán traumas emocionales de por vida. Países bombardeados. Estados fallidos. Familias rotas. Cierto que tras una década de fuga, Osama Bin Laden fue localizado y puesto fuera de circulación. Pero ni eso sirvió para algo. Menos aún para los afganos, que este once de septiembre están exactamente igual que en 2001. A diferencia de los demás, para ellos todo sigue igual.