“Libros y autores”. Alberto Barciela

27 Abril 2024

En manos de una editorial inteligente, un libro o un animal pueden resultar una elegante evolución colorista. Las páginas se encuadernan para sustentar un cierto orden ideográfico y, a su vez, para soportar anaqueles de vidas y afanes. La huella genética se retrata en el papel de las biografías desde la portada. Las autobiografías se conducen solas entre egos, incluso en dirección contraria. Los autores se convierten en miles de personajes en las novelas y acaban por ser demasiada gente para reconocerse a sí mismos. Los libros, como los periódicos, son de esas raras cosas que nos soportan a los escritores.

Con el literato se conmueve su propia intención, que pretende la inmortalidad de su obra, de sus personajes, de su paisaje, de sí mismo. Así, cuando uno se encuentra a un escritor argentino cree descubrir toda la cultura acumulada en un solo ser lector conspicuo, serio, quizás también ego supremo. Un alemán también semeja haberlo leído todo, a solas y para sí, por lo que concluye adaptando el mundo, tras pensarlo, a sus circunstancias. Un literato indio profundiza, filosofa y acaba por transformarlo todo en poesía casi bailable. Un inglés conoce todo lo inglés y corona el mundo de la creación como una propiedad imperial asentada en el trono de la genialidad útil. Un americano piensa para crear y crea para ganar. Un francés piensa, armoniza, revoluciona y tiene la posibilidad de divagar en su chovinismo. Un africano entiende el retumbe tribal de la filosofía pegada al suelo más humano. Un español hace la historia pero la descuida tras elevar el lenguaje hasta dejarlo caer en la más bella y versátil sutileza poética.. Lo subjetivo está para decirse con la posibilidad de una reversibilidad o de otras lecturas.

Los autores, unos y otros, sin escabulles posibles, crean mundos. Corresponde al lector dejarse llevar por la cadencia de una narración, de una aventura. de una historia, de un drama, de una comedia o de un poema, y danzar, eso sí, indefectiblemente al ritmo que el compositor. El autor, determina, salvo que se opte por reinterpretar o versionar imaginativamente lo escrito. Eso es la libertad, de los unos y de los otros, la de divagar por geografías inventadas o reinterpretables, neuronales o físicas, que en todo caso se bifurcan aleatoriamente en base a las exigencias de una trama, los requisitos de un personaje o el estado de ánimo.

En lo dicho resuena la melodía sinuosa de un estilo, el discurrir significante que encamina el libre albedrío por las rutas enigmáticas de una historia, de las batallas personales o bélicas, por una realidad inventada o creada de la nada. He ahí el milagro inspirado de la memoria, de la recreación, de la evidencia, del análisis e, incluso, de la magia, la verdad o el humor mismo.

Al escribir o al leer acentuamos la prospección de agudezas. Con ellas queremos reducir el mundo pieza a pieza para volver a recomponerlo con antojo. Partiendo de una porción anexionamos todo a la autenticidad que ansiamos. Un libro es una recomposición ideal y provisional con fragmentos de ese colosal rompecabezas que es la vida, y al tiempo nos permite trascender de la realidad, nos la descubre y nos la presta, nos traslada en presente a otros tiempos y lugares, diferentes, cercanos, inexistentes, nos regala seres inventados o no. Es un objeto precioso, una creación única de autor generalmente reconocible y contextuable, algo dispuesto a no convertirse en pieza de museo, posiblemente sea también el descubrimiento humano que más se aproxima a lo infinito, a lo que merecería ser eterno.

Los libros y los personajes han acabado por soportar a los autores gracias a que los han recreado. Es una suerte de endogamia feliz.

Alberto Barciela

Periodista

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