“Rodar e rodar”. Carlos Moledo

04 Marzo 2024

Recordarán los lectores que hace apenas quince días Galicia estaba inmersa en un
acaloradísimo debate socio-político planteado por múltiples formaciones políticas, algunas ya
casi extintas a día de hoy, al menos hasta dentro de cuatro años. Dichos partidos políticos, no
dejaron en el panorama gallego más recuerdo que su enfervorizado afán excluyente más allá
de sus propias siglas, cuando no la continuada bronca descalificadora del contrario sin que,
puestos ante el espejo de sus propias contradicciones, fueran capaces de mostrar el mínimo
sentimiento de moderación, mesura o autocrítica. De seguro que lo que no se esperaban, en
sus delirios de ver el cielo al alcance de la mano, era la serena respuesta de un pueblo
suficientemente castigado con vanas ofertas como para creer en los becerros de oro de sus
promesas electorales.
Desconocían, asimismo, que los gallegos hemos sido capaces de elegir antes de tiempo. Me
explico. Sobran los ejemplos para entender que ningún otro país de Occidente soportaría la
exagerada cantidad de indecencias y conculcaciones de la ley por las que el Gobierno hace
pasar a aquellos a quienes pretende defender y representar. Y el electorado había tomado
nota hace tiempo.
Enfrente, en el otro plato de la balanza, una formación que, con sus aciertos y errores,
concurría al espacio público electoral a examinarse, a dar cuentas de su gestión. De lo hecho.
Porque de esto iban las elecciones: elegir, avalar, juzgar… y, en definitiva, votar. Y los gallegos
lo han hecho con tan clara rotundidad como para superar los índices de los comicios de 2020 y
alejar toda sombra de falta de compromiso o de inhibición en su responsabilidad cívica.
La única candidatura que sometía a examen los hechos de su política, la gestión realizada, era
la liderada por Alfonso Rueda. Del otro lado, el catastrofismo descalificador mostrado por la
oposición respecto de lo que suponía la gestión de los Populares al frente de la Autonomía
gallega. El blanco o el negro, el todo o la nada. Y Galicia se quedó en el rellano de la escalera
de la sensatez, optando por la opción serena, por la tranquilidad de un Gobierno conocido,
estable y, más que eso, predecible. Un equipo que trabaja y dispone en función de las
posibilidades que permiten unas cuentas siempre escasas. Sin subirse a la luna del café para
todos, de besar a lo loco trenes que nunca llegan, o de Corredores Atlánticos orillados en la
esquina de los caprichos. En definitiva, una vez más la sonada y acertada expresión de “el
partido que más se parece a Galicia” vuelve a cobrar pleno sentido porque así lo quiso una
amplia masa electoral que, convocatoria tras convocatoria, continúa eligiendo al PP como
referente de gobierno y liderazgo.
Contra la descalificación, templanza; contra la insidia, moderación; contra la mentira –los
pellets fueron un buen ejemplo-, la persistencia en ofrecer la gestión de un Gobierno
predecible. Ese es el resumen de una campaña que acabó por sentenciar, en Galicia y Madrid,
las políticas del enconamiento y el levantamiento de muros. Donde unos pusieron división, el
PP acertó con su eslogan de campaña en la adaptación de la melodía de Juan Pardo, “Xuntos,
máis fortes”.
Falta por saber si la oposición supo tomar nota. En todo caso, les quedan cuatro años para
aprender la lección.

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