
Las palmas se bendicen porque simbolizan las que la multitud tendió ante el Hijo de Dios cuando hizo su entrada triunfal en Jerusalén
Hoy en la calle la misma escena, hace de ello 1992 años, pero hoy no se espera al hijo de Dios-
Ha muerto, ¿Dónde? preguntan unos.
Ha muerto en Palestina, en Ucrania y otras tierras olvidadas.
Otros dicen, no ha muerto, no, no ha muerto, mirad al cielo llorando, son las lágrimas del Cristo crucificado, que ve que su muerte no valió para redimir del pecado, del pecado mortal, del asesinato de niños inocentes.
El jueves que antecede, al día de la ignominia, un Ciprés y un Cedro, son talados, dejan su vida ante el hacha del leñador, mueren para sostener el cuerpo de aquel que naciera en Belén de Judea.
Pedro, el apóstol amado, recorre el camino escondido entre los soportales, el miedo le embarga, pánico, ya no recuerda aquello de tu fe te salvara, el miedo es más potente que su fe.
En el reverso de la historia, aquel que le vendió, que era el apóstol más respetado, más capaz, más querido por todos, por su nobleza, conocimientos, ya que todos delegaron en él el control de la paupérrima economía, Judas Iscariote administraba los dineros por su conocimiento y honestidad.
Arrepentido, llega al tempo, temblorosamente arrepentido, al suelo tira las treinta monedas, esas treinta monedas luego los sacerdotes del templo comprarían unas tierras, que serían llamadas Aceldamas, que significa campo de sangre.
En ese terreno, allí Judas pensando en su anciana madre, pensando que su lucha por la liberación de su tierra, bajo dominio romano tocaba a su fin, recordemos que Judas era Zelote, es decir independentista de Roma.
Una soga de cáñamo, en la distancia no pude ver si era una higuera o un olivo, allí da su último suspiro entre lágrimas de arrepentimiento y dolor.
Viernes por la mañana, Cristo con la cruz a cuestas, cruz de Ciprés y Cedro, ante la dejadez de un pueblo sumiso, ante el vivo miedo de Pedro, que será la piedra fundacional, siempre los ultimo son los triunfadores.
Subiendo la cuesta hasta el Gólgota, luego renombrado como Calvario, tres veces Jesús inca rodilla al suelo, es grande el dolor, pesada la cruz, sus ojos cubiertos de niebla, entre la muchedumbre no le permite distinguir.
Deja a sus hijos Rufo y Alejandro en el campo, y él presto como el viento, se acerca a Jesús, toma su cruz, como muestra la fotografía, y comparte la pasión de Cristo.
Jesús, con mirada triste y cansada le reconoce, es Simón de Cirene.
¡Como es la vida! A veces nos ayudan eses que guardaron silencio y los parlanchines fariseos, nos miran de soslayo.
Y hoy muchos son los Pedros que guardan silencio, muchos los sacerdotes del tempo, muchos levíticos, colaboracionistas, y muy pocos Simón que compartan el dolor.
Muchos Judas, nacionalistas, pero sin cáñamo, y ni higuera u olivo en la huerta.
Todos los días de una manera u otra crucificamos a un Jesús, pero no hay peor ciego que el que no quiera ver.
Y hoy como ayer, el cielo llora