A la condonación de la deuda catalana le va como anillo al dedo la parábola del
hijo pródigo. Me impacta pensar que un descendiente se pueda llevar parte de
la herencia de sus padres, el fruto del esfuerzo y trabajo de la familia de
muchos años, y en poco tiempo, por su mala cabeza, gastarlo todo y acabar en
la penuria, comiendo los restos con que alimentaban a los cerdos. Pero lo que
peor encaja es que cuando regresa a casa, humillado y con el rabo entre las
piernas, el padre lo reciba con un gran banquete en su honor. Es comprensible
el resquemor del hermano, que no puede entender que el padre lo trate incluso
mejor que a él, cuando siempre ha sido obediente y fiel.
Algo parecido me inspira la situación de Cataluña. El padre generoso es
España, el hermano son las otras autonomías y, por supuesto, el hijo pródigo,
la figura estelar o “estelada”, en este caso, lo representa Cataluña. El problema
surge con los otros hermanos, las comunidades autónomas, que actuaron con
lealtad obedeciendo las normas y que, posiblemente, no estén dispuestos a
que se agasaje y homenaje al pariente manirroto.
En nuestro complejo tablero político, pocas cuestiones generan tanto debate
como la financiación autonómica. El reciente acuerdo del Gobierno con ERC
para condonar la deuda catalana, asumiendo un 22% de la misma, dos puntos
más que la petición inicial de los independentistas, ha reabierto viejas heridas
territoriales y plantea interrogantes fundamentales sobre la equidad fiscal.
Más allá de condonar la deuda autonómica y de su aparente generosidad,
representa en esencia una operación contable que transforma deuda regional
en nacional. No es magia: lo que era responsabilidad de los ciudadanos de una
autonomía pasa a serlo de todos los españoles. Esta redistribución,
inevitablemente, genera ganadores y perdedores. Las comunidades con mayor
endeudamiento por habitante son las principales beneficiadas, mientras que
aquellas con finanzas más saneadas o menor deuda per cápita verán cómo sus
ciudadanos asumen cargas ajenas.
Estamos ante un disparate que desincentiva la buena gestión. Las
comunidades que han incurrido en mayor endeudamiento reciben mayor alivio,
mientras que aquellas que han gestionado sus recursos con mayor prudencia
obtienen menor beneficio. Esta dinámica generará incentivos perversos en el
futuro, animando a las autonomías a endeudarse con la expectativa de futuras
condonaciones. Además, si los excesos presupuestarios son eventualmente
socializados, ¿qué incentivo existe para mantener la disciplina fiscal?
La condonación no resolverá los problemas estructurales del sistema de
financiación autonómica. Es un parche temporal que alivia síntomas sin
abordar causas. Lo que necesitamos es un debate serio sobre un nuevo
modelo de financiación que garantice la suficiencia, la equidad y la
responsabilidad fiscal. Un modelo que tenga en cuenta las necesidades
objetivas de cada territorio (demografía, dispersión, envejecimiento) y que
establezca mecanismos claros de solidaridad.
La parábola tiene final feliz, porque el hermano descarriado se enmienda. Pero
mucho me temo que los independentistas seguirán exprimiendo a Sánchez. Lo
harán, antes de dejarlo caer, porque con nadie van a poder sacar tanto partido
como con él, ya que está dispuesto a pagar el máximo precio que le pidan.