Por una serie de circunstancias que no son del caso, esta semana he tenido la
oportunidad de ver un programa de televisión que me ha dejado consternado:
“La Isla de las Tentaciones”. Parejas ponen a prueba su relación y tratan de
descubrir si sus sentimientos son sinceros. Los cuerpos bronceados y
concupiscentes de los tentadores son el instrumento para desvelar la verdad
del alma de los concursantes. Aquí, lo verdaderamente pornográfico nunca
ocurre de noche, en la piscina o bajo las sábanas, la verdadera obscenidad se
da a la luz de los focos, cuando los concursantes tratan de explicar sus
acciones.
Muchas personas han convertido en algo normal y cotidiano engancharse a la
parrilla televisiva, yo también tengo la misma tentación, donde mientras das
cuenta de un bol de palomitas disfrutas con las miserias de otros. Refrescamos
el Twitter en cada pausa publicitaria para regocijarnos con las caricaturas de
los personajes de turno y juzgan tanto a los infieles como a los “mártires”.
Personajes todos que en sus casas los crían, y en Telecinco se juntan. Y la
pregunta me surge de manera natural: ¿Es así de normal/anormal la sociedad
contemporánea?
Creo fehacientemente que España y el morbo se llevan bien. Antes nos
reíamos de las ocurrencias de Paris Hilton y nos compadecíamos del aire
bulímico de Victoria Beckham, siempre agarrada a su bolso de Hermés como
un náufrago a su tabla. Ahora quienes parecen sublimarnos bajo el sol
americano tiene otros nombres: Alba Rodríguez, Montoya, Anita Williams,
Andrea Arpal, Joel o Bayan Al Masri. Se han convertido en los nuevos iconos,
estúpida palabra que se usa para conferir valor a personajes cuyo mayor mérito
es vivir del cuento.
La normalidad no interesa para llamar la atención del respetable, hay que estar
permanentemente rizando el rizo. La tele y los medios de comunicación son
monstruos a los que hay que alimentar diariamente con contenidos a cuál más
llamativo y escandaloso. Y, como digo, todo esto no estaría tan mal si el
espectador no hubiera perdido perspectiva y viera el mundo friki como lo que
es. Pero no es así, por eso, el jeta, el seductor de medio pelo causante de
infidelidades, el pícaro y hasta el vendedor de humo son ahora personajes a
emular.
Nunca es fácil señalar lo peculiar de una época, pero hay suficientes indicios
de que la nuestra es muy proclive a una variada gama de extravagancias. Si
las extravagancias llaman cada vez menos la atención es porque se han hecho
frecuentes. La aceptamos no como algo aislado, sino como tendencia.
El mundo parece haber escogido con tal fuerza la excepcionalidad, la
importancia de la fama, que no comprende la insólita lógica de la normalidad.
Sin embargo, la normalidad nos salva. En ella se extiende la vida como una
sustancia primordial y confundida con la realidad elemental del tiempo y el
espacio. La normalidad ahora nos preserva.
No son estos tiempos fáciles para ser “normal”. Cuesta distinguir realidad y
mentira. Donde el “todo vale” es bien visto. Cuando lo “normal” es aspirar a ser
famoso o un gurú. Cuando el éxito, la celebridad y sus atajos son el santo grial.
No extraña que aspirar a “ser normal” empiece a parecer una rareza.
Sin embargo, yo veo que la sociedad está llena de gente que se siente normal,
que ama normal, y sabe interpretar la normalidad en los demás, en los otros.
Pero claro que todo depende del cristal con que se mire…. Quizás es que soy
yo, el que no es “normal”…