“JapĆ³n”. Alberto Barciela

09 Setembro 2024

Ya ha pasado el tiempo suficiente para confirmar que JapĆ³n es uno de mis destinos favoritos, por eso volverĆ­a en cualquier momento. El paĆ­s sin alma, no inmortal, entiĆ©ndase, es un decorado perfecto en algunos instantes, en ciertos lugares, en su propio caos urbanĆ­stico o en la armonĆ­a de sus aldeas de pescadores y de sus templos, en su sociedad apenas comprensible para un occidental, en sus ritos, en sus catĆ”strofes disimuladas como terremotos, tsunamis o erupciones, es profundamente espiritual, sincretista, sintoĆ­sta, budista, politeĆ­sta, y deja espacio al confucianismo, al taoĆ­smo o al cristianismo, lo hace reverenciando a su emperador o al pie mismo de ese venerable dios tangible, imponente en la distancia, volcĆ”n basurero en la proximidad, el sagrado e inspirador Monte Fuji.

Un caos no puede someterse mĆ”s que a la quimĆ©rica decisiĆ³n de muchos, dioses o seres o, incluso, humanos en apariencia racionales. Se esconde tras un biombo; o en una capa de maquillaje de polvo de arroz; o un tejado tan fotogĆ©nico como un cerezo entre nieblas; o un jardĆ­n convertido a la filosofĆ­a zen -la salvaciĆ³n meditada en forma de jardĆ­n seco japonĆ©s, o karesansui-, construido con arena, grava, rocas y ocasionalmente hierba, musgo, pasto y otros elementos naturales, simulando el agua y las montaƱas; o el mĆ”s hermoso de los kimonos bordados; o en las sutilezas de la ceremonia del tĆ©.

Tras el disfraz oculta al dragĆ³n y su fiereza. Lo necesario para el ser racional – el agua, el alimento, el clima, etc.-se convierten en dios, quizĆ”s por eso, en japonĆ©s religiĆ³n o Shukyo se escribe con caracteres que significan esencial y enseƱanza para los humanos y nada hay mĆ”s eterno que un instante perdurable en belleza, un haiku o haikai, una composiciĆ³n poĆ©tica de tres versos de cinco, siete y cinco sĆ­labas respectivamente

De mi experiencia nipona hace mucho, tanto como de mis percepciones de un paĆ­s lejano en la memoria, incluso mĆ”s que en los mapas, y que por una experiencia concreta recuerdo como exageradamente sexista – incluso me atrevo a afirmar que machista a los ojos de un o por un latino, que ya es decir-, en una sociedad en esencia matriarcal.

Es una cultura vanguardista incluso para el futuro previsible por un residente en la Vieja Europa, ceremonioso sin emotividad, y cuyo ritmo semeja a su mĆŗsica de fondo, rutinaria para el no entrenado, disfrutable incluso sin atenciĆ³n, que se percibe como sintonĆ­a, aunque provoque un cierto desconcierto. Lo contradictorio define. Lo feudal es cultura. Lo extraƱo se asimila.

El archipiĆ©lago-paĆ­s, compuesto por 14.125 islas, como una adiciĆ³n imperfecta unida por metafĆ³ricos netsuke de agua, mares pacĆ­ficos en ironĆ­a cierta, como restaurado en sus aparentes desportilladas geografĆ­as con la delicadeza del Kintsugi –arte de reparar con resina espolvoreada con oro las fracturas de piezas de cerĆ”mica-. Es un mundo sutil, delicado, como forjado en madera y papel, silencioso en sus deslizamientos, con sus puertas corredizas, pasadizos abiertos hacia realidades mĆ”gicas, apariencias mĆ­sticas, vicios inconclusos de gheisa o de monjes rudos en su apariencia.

Todo aquĆ­ parece acorde a una sabidurĆ­a pactada durante milenios para no estorbar a su dios emperador, ocupante del Trono de Crisantemo, la presencia inmĆ³vil preservada tras muros de elevada grandeza palaciega, pĆ©treos, formidables, protegidos tras fosos insondables que semejan contener un mar sin horizonte en el que navegar los patriotas iracundos dispuestos a inmolarse por los habitantes celestiales del recinto, tambiĆ©n lo harĆ”n por inescrutables razones o sinrazones de honor. No ha de inquietarse tampoco al dios volcĆ”n.

La Tierra del Sol Naciente se aparenta impenetrable, indescifrable, inescrutable, inextricable, misteriosa, incomprensible, pero es la misma verdad que se ofrece transparente en las vivencias sobre el terreno. En cada imaginario particular irĆ” tomando forma un paĆ­s que, por arte de los prodigios, identificaremos como el mismo, y cuya figura percibida podremos volver a desdoblar, como un fruto del origami, para distanciar e identificar nuevas apreciaciones desenvueltas. El misterio se confirma y uno descubrirĆ” que las sombras, enigma supremo de la luz, forman parte de la cultura, tanto como lo tangible natural o construido, y todo se somete a una naturaleza moldeadora, caprichosa, estacional, brutal a veces, dulces otras, innecesitada de ornatos.

El que vive en penumbra es porque no comprende, el japonĆ©s siempre vislumbra el mĆ”s allĆ”, intuye, revive a sus ancestros. Y todo lo expresa en sus artes tradicionales, que ademĆ”s de literatura, pinturas, mĆŗsicas, grabados, arquitecturas, teatros -el noh, el kyogen, el kabuki y el bunraku-, cine, mangas, incluyen artesanĆ­as como cerĆ”mica, textiles, lacados, espadas y muƱecos; actuaciones de bunraku, kabuki, noh, danza y rakugo; y otras prĆ”cticas, la ceremonia del tĆ©, ikebana, artes marciales, caligrafĆ­a, la ya citada papiroflexia, onsengeisha y juegos tradicionales. Lo pequeƱo sublima a lo grande y todo se hace enorme y valioso, del pequeƱo puerto pesquero a las grandes conurbaciones. Un concepto japonĆ©s llamado shokunin describe a un artesano que busca la perfecciĆ³n durante toda su vida haciendo una y otra vez lo mismo. Puede ser alguien que fabrique tatamis, tazas o que elabore algĆŗn plato en la cocina, intentando perfilar dĆ­a a dĆ­a sus ingredientes en busca de un sabor insuperable.

MĆ”s de 2.300 aƱos de cortesĆ­a, de atenciones, respeto y afecto permiten comprender a un pueblo aislado por el mar, pero cuyas orillas alcanzaron los mundos abarcables. Esta actitud consiente discernir los motivos de su cultura guerrera, noble y elitista, samurĆ”i, o sencilla y popular, bushi, o extrema, kamikaz; de sus artes marciales, de su estar a la defensiva, su proteccionismo, sus ambiciones, sus necesidades, sus conquistas, sus alianzas y sus histĆ³ricos enfrentamientos, sus padecimientos atĆ³micos, forman parte de una sociedad que acepta el suicidio ritual, harakiri, sostenido en el tiempo por el anhelo de honor. Una muerte asĆ­ es es un pensamiento o una orden ejercido, la acciĆ³n hecha gesto, sĆ­mbolo y puede que poesĆ­a. Y en esas dualidades han encontrado los japoneses la filosofĆ­a de lo propio, de lo genuino.

El antiguo Cipango como su poesĆ­a, es un fractal hermoso, entroncado en una historia imperecedera que se ramifica hasta el instante efĆ­mero para hacerlo eterno, es la luz armĆ³nica, lo complejo que aparenta sencillez, la calma y la brutalidad del clima, la flexibilidad del junco y la robustez del bambĆŗ -en JapĆ³n hay mĆ”s de 400 clases de caƱas-, la frĆ”gil camelia flor y el Ć”rbol centenario, el elaborado jardĆ­n y la espontaneidad de los bosques en paisajes nemorosos, el estanque ondulado, acicalado con nenĆŗfares y lirios de agua, entre la niebla y la claridad del cielo azulado en campos de tĆ© sobre los que cae una persistente lluvia fina. Un haiku puede contener toda la sal del mar, y diluirla en gracia.

Todo JapĆ³n es un templo, una oraciĆ³n a los propios dioses, genios o espĆ­ritus creados, los kami, donde la naturaleza vive tranquila en armonĆ­a con los seres humanos y todos comparten sus bellezas con delicadeza y generosidad, en un entendimiento mutuo tĆ”cito, en el que se abraza la fugacidad y se serena lo trascendente, los errores se revierten en oportunidad para mejorar, y los poderes mĆ­sticos residen en las palabras y en los nombres.

Un reflejo en un lago, el del PabellĆ³n de Oro, me espera para confirmar mis preferencias viajeras. De ese gran paĆ­s me interesan su ecos, sus sombras, sus ondas, sus surcos, su cultura, su mĆŗsica, su gastronomĆ­a, sus bebidas y, muy en lo esencial, sus personas… nada de ello confirmado por mi en la hermosa breve plenitud transitada hace ya muchos aƱos, ya han florecido demasiadas veces los almendros y los cerezos como para volver solo de memoria.

Alberto Barciela

Periodista

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