Pasado el ecuador de los Juegos Olímpicos, todavía resuena lo sucedido en su ceremonia de inauguración. En una gran mesa varias personas disfrazadas de modo extravagante, algunas estilo drag queens, parodiaban “La última cena”, de Leonardo Da Vinci. La inclusión de esa escena grotesca y ofensiva hacia la fe católica, ha sido duramente criticada y muchos coinciden en preguntarse, qué habría pasado si la parodia hubiese tenido por blanco a la religión judía o musulmana.
Defiendo radicalmente la libertad de creer o no creer y estoy lejos de pensar que quien no tiene mi misma fe, esté irremisiblemente condenado, porque los caminos hacia Dios son siempre infinitos e inescrutables. Pero igualmente estoy profundamente convencido de que la fe y las creencias tienen que ser respetadas.
Esta actitud no se compadece con la burla que a la tradición cristiana se ha realizado en París. Hasta Michel Onfray, filósofo francés ateo, lo ha cuestionado. Por encima de sensibilidades y condenas, cabe preguntarse, ¿qué tipo de civilización estamos construyendo en la que se ataca y ridiculiza al que no piensa igual? Parece que mientras nuestros imaginarios estén habitados por parodias, burlas o negaciones del otro, no podemos esperar que las violencias que pueblan nuestro mundo desaparezcan.
La persecución al cristianismo es algo tan habitual que ya forma parte del paisaje y en unos casos es sutil, en otros burda y en muchos persistente. Como decía Benedicto XVI, a los cristianos no se les mata, ni se les descuartiza como en otros tiempos, pero se les somete a burlas, se les margina y se les silencia.
De lo ocurrido en París no podemos quedarnos solo en esa escena burlesca a la fe mayoritaria y fundante de la nación francesa. En esa inauguración había mucho de fondo, promoción de la cultura woke en cotas nunca vistas y del culto al mal gusto y al feísmo, algo que el deporte y el Olimpismo no se merecen.
Ferghane Azihari, analista político y ensayista, de origen musulmán, investigador de algunos de los más prestigiosos think tanks franceses, apunta a la manía de ciertos artistas, o pseudo artistas, de destacarse no por su obra en sí, sino por la capacidad de “provocar”. Asimismo, se pregunta por la concepción del arte que yace detrás de este “placer venenoso de burlarse del prójimo”.
En el fondo estamos ante una muestra más de la degradación de Occidente y en concreto de Francia. Pero que esperar de los dirigentes de un país que declara el aborto un derecho y lo incluye en su Constitución. O que evita poner a una escuela el nombre de Samuel Paty, el profesor degollado por un musulmán por supuestamente haber ofendido al Islam, y todo ello para evitar herir la susceptibilidad de los practicantes de esa fe. Casi un aval al crimen cometido.
Una de las mejores pruebas del algodón a la que podríamos someter a la ceremonia de inauguración de los Juegos, para evaluarla y determinar si mereció la pena, es comprobar si ha participado del ideal de belleza. De esa belleza que engrandece a la persona, hace bien, da paz, inspira y suscita lo mejor de cada uno. ¡A su criterio dejo la respuesta!
Muchas son las bellezas que nos rodean y de entre todas yo quisiera destacar que la vida cristiana es una de ellas. Coincido con Roger Scruton al afirmar que “estamos perdiendo la belleza y existe el peligro de que con ella perdamos el sentido de la vida”.