La tocata y fuga en re menor de Johann Sebastian Bach es una de las piezas más reconocibles de la música clásica. Es un preludio caracterizado por su rapidez, aunque su principio parece desmentirlo. La fuga va repitiendo y repitiendo un tema principal que deviene casi obsesivo. Vamos, como el procés catalán. La única diferencia con la obra de Bach es que esta más bien parece haber salido de la batuta del otro Johann Sebastian, Mastropiero, creación de los Les Luthiers.
Lo que mal empieza, no puede terminar bien y el estreno del nuevo gobierno de Salvador Illa y de una legislatura, que ha arrancado con el sainete montado por el prófugo Carlos Puigdemont y la tolerante complicidad de los gobiernos español y catalán, tiene visos de terminar como el rosario de la aurora.
El debate de investidura empezó con la actuación del molt honorable perpetuo. Que llegó con prisa, leyó con prisa y huyó con prisa. Nunca tuvo la menor intención de entregarse, porque uno puede querer ser considerado un mártir de la patria, pero eso de cambiar el palacete de 500 metros por una celda, es harina de otro costal. Tampoco se le quiso detener, porque, incluso sin “operación jaula”, hasta el inspector Clouseau o Mortadelo y Filemón, no habrían tenido el menor problema para localizarlo, si el Gobierno lo hubiese querido.
Las concesiones y el espectáculo que se está dando en Cataluña, es algo impropio de un Estado solvente, con aprecio por sí mismo, sus instituciones, su sociedad y sus normas, pisoteadas impunemente una y otra vez. En ese contexto se sitúa el bochornoso comportamiento de Pedro Sánchez que consiente la destrucción del edificio constitucional, sustentado en la igualdad de los españoles ante la ley y en la defensa de un proyecto cohesionado de país.
La toma de posesión de Illa ha servido para confirmar que no tiene intención de ser el presidente de todos, por mucho que diga lo contrario. El monolingüismo y la desaparición de la bandera de España en el acto oficial de relevo son ejemplos obvios de que los catalanes que se sienten españoles y tienen el español como lengua materna no son considerados ciudadanos, al menos de primera, de la Cataluña socialista. No lo eran hasta ahora y no lo serán con quienes han suscrito con ERC un acuerdo que supone, la quiebra del principio de solidaridad, el fin del Estado autonómico y la reedición corregida y mejorada del llamado “Pacto del Tinell”. O lo que es lo mismo, asumir la rendición absoluta frente a los postulados independentistas.
Lo que ha sucedido estos días y lo que está por venir en Cataluña, sería un chiste grotesco de no ser porque es sólo la punta del iceberg de una tragedia en la que parece que ganan todos. Puigdemont porque ha tenido su show para las masas y agranda su leyenda de gran escapista: el Houdini independentista, el hombre al que el Estado español no es capaz de encarcelar. Salvador Illa que logra ser investido presidente, y adoptando las formas del independentismo, negación del español y de España, busca ser perdonado y aceptado. ERC que se garantiza seguir siendo los que mandan en el cortijo catalán. Y como no, Sánchez, el gran mullidor del acuerdo que, de momento, continuará disfrutando de las comodidades del Palacio de la Moncloa. Lo dicho no sé si estamos ante una tragedia o una broma de mal gusto.