El mar merece respeto, aun así reclama y admite audacias, quizás motivadas por el horizonte casi infinito. El ser humano, en la búsqueda de sí mismo, de completar inquietudes y afanes, de responder a su curiosidad, acepta con gusto el reto de los nuevos rumbos, sugeridos por el permanente otear – en el sentido de escudriñar, registrar o mirar con cuidado- desde la costa acantilada o arenosa; por los astros, con sus surgencias y misteriosas desapariciones, con su luz y sus sombras; por los vientos y sus furias oc ancalmadas; por los objetos bárbaros dibujados de adarce y depositados sobre las playas, en la rayuela de las mareas; o por los propios variados peces, amorfos a veces, sin duda origen de los mitos. Del mar venimos, de él escuchamos historias de taberna, con matices salitrosos y sabor a aventura, fruto de la realidad o de la imaginación poderosa de los navegantes ya sin cubierta, narradores impagables de verdades y de sueños, de amores insondables con sirenas, y de esos pequeños tesoros que suponen su relatos a toda vela, inspiradores de literatos y poetas. Y al mar tornamos siempre, porque la vida va, como la nave de Fellini, y vuelve, con sus desafíos, con la necesidad de rellenar cada día con renovados entusiasmos.
No es extraño pues, que en un día de febrero, de este cuarteado ya siglo XXI, entre pantallas y prisas, algunos gallegos hayan vislumbrado una esperanza distinta, y la hayan encontrado ente las olas que nunca han dejado de andar. Se comprende así, que un viejo y bello barco, de hechuras marineras, bautizado La Peregrina, una nave de acero, de veinte metros de eslora, carenada, no de firme, pero casi, en el Varadoiro de O Xufre, este a punto de enfilar rumbo a La Gomera, para desde allí tentar una pequeña isla, La Deseada, en el Caribe soñado, aprovechando los vientos propicios para cruzar el Atlántico, los alisios, y esquivando la época de huracanes. Y que lo haga al albur de los saberes, obviando la tecnología moderna.
En la embarcación se han enrolado ocho ilusionados grumetes, animados y comandados por un viejo lobo de mar, Javier Babé, que recuperarán la tradición de los grandes navegantes, la de surcar el océano Atlántico si más ayuda que un simple astrolabio.Se recupera la navegación a estima, como ocurría, con anterioridad al desarrollo, en el siglo XVIII, del cronómetro marino por John Harrison y la distancia lunar, ese era el método principal para determinar la longitud disponible para Cristóbal Colón o Juan Caboto en sus deambulares transatlánticos.
Y todo la narrará Alfredo Conde, con la prosapia adquirida de cuna y la maestría de su mercantil y narrativo, también de diccionario, como él mismo diría, sin poder discenir en cuál se desenvuelve mejor. Por él y por Gloria Ferreiro del Reto Astrolabio, y rambién por el Premio Nacional de Literatura conocí que “todas las grandes expediciones marítimas se han emprendido con el viento en contra, pues los marinos tenían miedo de no poder regresar al puerto de salida si navegaban con el viento a favor”.
Tendremos la oportunidad de pescar la aventura al minuto, en las redes. Paradójicamente, en cierto modo, retornaremos al siglo XVII, través de sus tres mil millas marinas. Podremos hacerlo a través de la web, lo veremos también en una serie de la TVG. Pero ya hemos entresacado una lección vital, al de aquellos que saben gozar de renovadas ilusiones sin padecer los estropicios de la deshumanización que nos colinda. Irónicamente, las ventanas virtuales se abrirán al mar natural, buscando la luz de la naturaleza y esperando no ya el hermoso regreso del barco, mientras cual Penélope seguimos tejiendo y destejiendo rutinas, sino el de los seres que en ellos se transportan, con los que tornarán mareas de historias recobradas, anovadas o frescas.
Un día, allá en a A Illa o en Vilanova, con Alfredo Conde, Alejando Diéguez, Javier babé, Gloria Ferreiro y los demás tripulantes, recordaremos a Homero, y reeleremos aquello tan hermoso: “Emprende el viaje a Ítaca, pero demórate lo más que puedas. Haz muchas escalas, teniendo siempre presente tu isla, la que estas buscando. Al final llegas a Ítaca y ¿qué vas a descubrir? Que la verdadera Ítaca era el viaje”, o a Antoine de Saint-Exupéry: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho.” Buena travesía.
Alberto Barciela
Periodista