Un acreditado líder de opinión que tiene a esta esquina del Noroeste español, y más concretamente a la comarca del Barbanza, como su “segunda tierra” acredita de nosotros, los gallegos, ser los tipos que mejor soportamos, junto a los rusos, los designios de la fortuna. No anda descaminado el colega periodista en su interpretación de ese trascendental matiz en la idiosincrasia autóctona que sería el que explicaría, más que ninguna otra razón, nuestra atávica tendencia a permanecer en el descansillo de la escalera sin desvelar si subimos o bajamos. Una actitud que sólo los estúpidos achacan a una inveterada duda de raíz genética o a una desconfianza antropológica cuando lo que ocurre no es más que la aplicación práctica del “sentidiño”, este sí en nuestro ADN, que exige esa reflexiva y analítica demora ante los demasiados agravios de la fortuna que, de políticos a caciques, hubo de sufrir este pueblo
durante siglos.
Según las últimas encuestas publicadas de cara a las elecciones del domingo, quedan todavía demasiados gallegos en ese descansillo de la indeterminación electoral “debullando” de forma sopesada las conveniencias de su voto. Y hacen bien. Porque más que ningún otro proceso electoral de los últimos habidos hasta ahora, ya fuere local, autonómico o nacional, la convocatoria de este mes de febrero puede acarrear, en función del resultado, la mayor de las alteraciones en la normal convivencia de la ciudadanía con consecuencias que podrían costar décadas de confrontación hasta que las aguas vuelvan a la mansedumbre que hoy se vive como pueblo que no quiere más saltos en el vacío que aquellos que garanticen el seguro aterrizaje en la protectora red de la cordura.
Como los programas electorales –ya lo dijo en su día el profesor Tierno Galván- son mercancía averiada que a nada obliga, habrá que fijarse en el bíblico proverbio “por sus frutos los conoceréis” para saber no ya lo que los programas prometen y no van a cumplir, sino y principalmente lo que voluntaria y torticeramente se oculta al electorado y que la tozudez de los hechos que se suceden día a día traen a la luz, “aboian”, una y otra vez.
La prensa española de cualquier día de estas semanas es harto explícita de la atrabiliaria situación que sufre la Nación por comportamientos de algunos de los partidos que concurren a estos comicios que, sumados en sus contradicciones y siembra del odio hacia el discrepante y desde responsabilidades ejecutivas o legislativas, no hacen sino intentar subvertir la convivencia social pactada en la Constitución del 78 y que tan buenos frutos de concordia y progreso han brindado hasta ahora.
Con una de las formaciones políticas que concurren a estos elecciones en caída libre a causa de las divisiones internas y, más que eso, por hacer a nivel estatal tabla rasa de las convicciones éticas y democráticas que la distinguieron a lo largo de la historia, sorprende que la otra formación que aspira al “sorpasso”, apostándolo todo a la más cutre versión del “efecto Pigmalión”, como también recordaba el aludido colega, siga escondiendo al electorado ese comportamiento propio de un nuevo y extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde reservando para la fachada electoral gallega la imagen del plácido y empático doctor Jekyll, la
“presidenta”, cuando su comportamiento en Madrid, todo en la misma `persona´ política, la UPG, responde a la más abyecta trayectoria heydequiana en contra de la Constitución y de las leyes que prometieron –siquiera fuese por imperativo legal- cumplir y hacer cumplir.
La Galicia de ahora sigue con evidentes carencias en todos los planos de la sociedad y del bienestar colectivo, pero nada que la recia voluntad de este pueblo no pueda superar, antes o después, sea quien sea el que desde la Xunta reparta estampitas en forma de bonos.
Porque, por encima de esa coyuntural circunstancia, en las elecciones del domingo, 18, está en juego saber si también aquí habrá la repetida conculcación de la norma constitucional, si se propiciará un golpe de estado independentista por las bravas, si se renunciará a la Monarquía parlamentaria, si se demonizará hasta el descrédito la labor de los responsables de impartir
justicia, si se apuesta por la excarcelación de los terroristas que asesinaron a 68 hijos de esta tierra y hasta si también aquí habrá políticos que tengan que huir en el maletero de un coche.
Porque, como la irrefutable terquedad de los hechos demuestra, todas esas cosas sucedieron en fechas recientes con el aplauso y el voto favorable de alguna formación gallega que ahora pide nuestro voto. ¿Quién asegura que todo eso no se podrá repetir aquí?. ¿Acaso no siguen vigentes, en el espíritu y en la letra, los acuerdos de la Triple Alianza de 1923, la Galeuzca o Pacto de Compostela de 1933 y, por fin, la Declaración de Barcelona de 1998?. Pues blanco y en botella…