Hay varios tipos de palabras, hoy hablaremos de dos, la palabra estéril aquella que no da fruto y la palabra preñada aquella que lo dice todo.
Es bueno de vez en cuando decir te quiero o te amo, el exceso, el abuso de ello, el exceso de tanto dulzor causa diabetes moral, es decir pierde valor el abuso de tanto te quiero, es innecesario.
Cuando duermes en una silla hospitalaria, junto al ser que amas, para a las 2 de la noche ponerle el orinal, popularmente llamado conejo, o a las 4, am darle un vasito de agua fresca, no necesitas de palabras, los hechos hablan por si, pero ciertamente la palabra, es la música que acompaña a los hechos.
La otra palabra, la improductiva, la palabra vacía, la mentira, es la palabra, si, si, mañana, ese mañana quiere decir nunca.
No puedes cumplir con tus obligaciones, el dinero no te alcanza para hacer el pago que corresponde, no se puede ser insolente, desprendernos de nuestra responsabilidad, seguro que el que espera será benevolente, si utilizamos las palabras, por favor, gracias, disculpa, o los cumplimientos anteriores nos abalan.
Las agujas del reloj tanto marcan las doce, como más tarde marca las seis, la brújula tanto marca el norte como indica el sur, y en el tiempo de la vida tanto hay momentos para subir la montaña como para bajarla.
Arrieros somos.
Pero palabras de gratitud, acompañada de hechos responsables, nunca mermaran nuestro crédito.
Amigos del bachiller, separados sin verse tras medio siglo de “olvido” se encuentran en el entierro del padre, y he ahí que el doliente se acuerda de la vieja amistad, con nombre y apellidos, tras cincuenta años sin verse
¿Buena memoria? No, algo por pequeño que fuese hizo el amigo, insignificante tal vez, pero de gran valía para el doliente, que quedo guardado en su memoria mas intima, para recordad aquella vieja amistad, casi olvidada, tras cincuenta años sin verse.
Debemos de cuidar nuestro lenguaje, las palabras, las palabras verdaderas, las que dan fruto, es la música que acompaña a los hechos.
El mejor crédito que podemos tener es nuestra palabra, valemos lo que valen nuestras palabras.
En los años 50 o 60, en las pequeñas tiendas de pueblo, muchas personas compraban a crédito, se apuntaba en una vieja libreta, y cuando se cobraba el salario se pagaba en la tienda la deuda generada, y el tendero o la señora a cargo del negocio, te vendía lo necesario sin cobrarlo, basado en el crédito de tu palabra, de esa palabra seria, responsable.
De lo contrario había el dicho “una y no más, dijo santo Tomas”.
Hay cheques que no tienen fondos, pero la palabra de un campesino, tiene más valor, que una garantía en papel o plástico, compra el becerro, te da la mano y contrato firmado.
Es el valor de la palabra.
Una palabra sin sentimientos, es palabra hueca, estéril, vacía, menos que el estiércol, pues este abona los terrenos.
Repito, La palabra es la música que acompaña a los hechos.
Y sin hechos no hay palabra.