Vivía y ficcionaba la realidad con su pensamiento rico, culto, vivido, transitado de azares pero al tiempo construido de fragmentos. Aquí evocaciones, allá huellas de lecturas intensas, plurales, heterogéneas, retenidas por una memoria nunca exhausta de indagar, de alcanzar pensamientos profundos, de eviscerar el lenguaje para expresar en frases cortas, subordinadas, las agudezas halladas en múltiples horas de gozoso esfuerzo entre lecturas y apuntes sobre Homero, Epicuro, Pablo de Tarso, Velázquez o José María Arguedas, aquel escritor peruano que se suicidó dos veces, incluso investigando sobre sus ancestros -“ la familia es un microcosmos en el que cabe el mundo entero”- o Carlos V. Y todo para construir un bagaje de libertad, de la misma con la que encontró en su niñez en las montañas próximas a Borela, allá en Cotobade, armada entonces con una navaja (que conservó siempre consigo) y un cinturón de cuero con una bolsa donde llevaba pan de centeno, jamón, chorizo y una manzana. Así subía a la cima la niña, lo hacía con los animales de su abuela y la inteligencia natural de su abuelo Daniel, un cosmopolita de aldea que la educaba como si fuese una cortesana. “Ahí fui feliz como nunca en la vida”, en Cotobade. Esto le permitía otear horizontes, experimentar la naturaleza paisajística y la humana, rodeada por el viento del norte, el aullido de los lobos, y alcanzar una primigenia introspección fruto del aislamiento social. Allí la niña se encontró con la fabuladora, allí regresó en muchos párrafos de La república de los sueños. Desde allí llegaría a Presidenta de la Academia Brasilera de Letras o Premio Príncipe de Asturias.
Entre tanto, de vuelta en Río de Janeiro, Nélida adquiriría en la juventud la educación y la impetuosidad, de su madre, y la disciplina para escribir entrenada en el colegio alemán, sucesora ya de una proclividad lectora. Poco a poco alcanzaría una madurez impregnada por una imaginación prodigiosa, mágica, reflejo de un estruendo ordenado de culturas arcaicas y geográficas amalgamadas en su escrita: Brasil, Galicia, España, Portugal, Europa, África, Asia.
El fermento lo había adquirido a través de las lecturas, los clásicos -muy en primera línea, los griegos-, pero también de las novelas de indios y de vaqueros- y de las vanguardias, del cine, del teatro, del ballet, de la música -Wagner, Prokofiev, Tchaikovski, etc.-, de los viajes, del arte, de los museos… y de la admiración por Homero, de Virgilio, de Cervantes, de Camões, de Machado de Assis, de Jorge Luis Borges, fundamentales en su vida y en su obra. Así mismo, la hicieron “levedar” sus relaciones personales con todos los grandes coetáneos de las letras: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o sus grandes amigas Clarece Lispector y Carmen Balcells…; de la política -Fidel Castro, Manuel Fraga-, de la sociedad -Bethy Lagardère, los Mariño, Beth Foulard, Carmensa de la Hoz, Dolino Luis Geraldo, Karla y Kristie de Vaconcelos etc.-… Un sumatorio de huellas, de sentimientos y también de perplejidades, que se han reflejado en cada línea, en cada pensamiento, en cada artículo, en cada ensayo, en cada novela con la música imperecedera de su primera máquina de escribir Hermes. “Nuestras irradiaciones son latinas e ibéricas. Integran nuestro ser y el misterio que lo rodea. Somos múltiples, dispersos, mestizos, fuimos visigodos, iberos, celtas, griegos, romanos, árabes, antes de que fuéramos iberoamericanos”. Nélida es una y exponencial. “Uno -escribió- es la sucesión de sí mismo y de toda la humanidad”.
Genética, inteligencia, formación, curiosidad andariega, coherencia, compromiso, cultura, sensibilidad, feminidad y feminismo -“como en todo movimiento, hay excesos, pero lo importante es que en su interior haya dignidad, defensa del honor, y una estrategia de conquista”. Pasión por la literatura – “fidelidad a una vocación”-, pasión por la amistad -cuántos amigos gallegos como Luis Tosar, Carlos Casares, Víctor Freixanes, Darío Villanueva, Ramón Villares, Beatriz Piñeiro y sus hermanos, etc.-; pasión por la buena mesa y la gastronomía; y consecuencia con un lema: “cada día hay que llegar a casa con un pan bajo el brazo y una historia que contar”. Ella siempre fue consciente de su deber ético consigo misma, con sus congéneres, con sus lectores, con su obra, incluso, si me lo permiten, con sus geografías y con sus amados perros – Garavetinho, Suzy y Pilara-.
Y siendo todo eso, lo mejor es escuchar su verdad en sus palabras cuando dice: “Soy mestiza y me gusta (…) Soy mujer, brasileña, escritora, cosmopolita, aldeana, un ser de todas partes, de todos los puertos (…) Soy diversa, soy muchas”. “Sí, soy una mujer de la fantasía, de la realidad, soy la mujer del pasado que se quedó atrás, soy la mujer que voy a conocer el mañana. Una mujer en permanente metamorfosis. Todos somos múltiples. La vida cobra cambios, mudanzas, alternativas. La inteligencia promueve el cambio, la misma lectura de un periódico”.
Nélida permanece en nuestra cotidianidad, atraviesa los mares de lo eterno en sus múltiples escritos, en ellos permanece, como en los corazones y las memorias de cuantos la admiramos y la quisimos. Desde hace un año conmemoramos el 17 de diciembre como el principio de una eternidad dichosa.
Alberto Barciela
Periodista