Carentes como estamos en esta sociedad nuestra de referentes morales, de integridad y coherencia hasta las últimas consecuencias, el acto protagonizado por diez vecinos de la localidad navarra de Leiza, situados delante de una pancarta contra la amnistía en un pueblo de tres mil habitantes la mitad de los cuales vota independentismo es, sin lugar a dudas, uno de esos ejemplos de entereza moral, convicciones firmes y valentía a prueba de hostilidades.
Los diez vecinos no pudieron acudir a la manifestación programada en domingo en la capital de la provincia a causa de la asistencia al funeral de un amigo y, a la salida del mismo,
improvisaron pancarta y manifestación en la plaza del pueblo ante la mirada de decenas de convecinos presentes en el mercadillo que allí se celebraba. Es, en todo caso, una entereza que viene de viejo, de cuando también había que salir a las calles contra ETA, y lo hicieron, en un pueblo dominado por los abertzales.
Molesto su atención, monseñor Sanz Montes, prelado de la diócesis de Oviedo, con el recuerdo de esta ejemplarizante acción de los vecinos de Leiza como testimonio de lo que es enfrentarse a las corrientes de opinión impuestas, al discurso de lo políticamente correcto, de la rebelión contra el borreguismo y contra la ausencia de capacidad crítica que inunda nuestra sociedad. Y lo hago porque con su misiva en la siempre emblemática página 3 del diario madrileño ABC del pasado día 16 –“Y la Iglesia? Pido la palabra”- usted se acaba de rebelar también, cual émulo de los vecinos de Leiza, contra la indefinición de la Iglesia, cuando no la
complacencia de los obispos catalanes ante la ignominia que suponen los pactos que han propiciado la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Incluso contra esa incomprensible audiencia -¿Dónde la diplomacia vaticana?- que en medio del fragor de la batalla dialéctica y de protesta de más de media España el Papa concedió al presidente catalán Aragonés en lo que no es sino una manifiesta declaración de intenciones en franca contestación del magisterio eclesial. Con el vergonzante añadido de haberse hecho pública la “caridad” dineraria de la Generalitat, lo que la hace más detestable. O la más escandalosa, por explícita, visita del prior de la Abadía de Monserrat a Puigdemont el pasado día 7 del presente mes. No abundo en los ejemplos que también protagonizaron el propio presidente de la Conferencia Episcopal española, cardenal Omella, o el obispo de Urgell y Copríncipe de Andorra, monseñor Enric Vives… en lo que no es sino la trasmutación de la versión de la vieja alianza imperial de la cruz y la espada convertida ahora en el hisopo y la estelada, como acaba de destacar un conocido periodista español.
Por eso le felicito, monseñor, y le testimonio mi más sincera gratitud por situarse en la preocupación e inquietud que los movimientos políticos de los últimos tiempos generan en la sociedad civil, en infinidad de ciudadanos entre lo que me incluyo, que ven cómo su voluntad fue tergiversada por los poderes públicos con la mentira, el engaño y la conculcación de aquellos valores que sostienen nuestra democracia.
Porque en efecto “cuando se percibe el disparate en el modo corrosivo y destructor de plantear la gobernanza de España”, como escribe, ”estamos ante algo que preocupa y duele, y que no consiente mirar para otro lado pasivamente”.
Porque, como usted señala también, “la patológica aspiración continua de una poltrona de gobernanza por quienes en su delirio egocéntrico pagan cualquier precio para ello, aún vendiendo en fullera almoneda la misma Patria, sufren una amoralidad indigna del recto gobernante”. Y concluye “esto no es de derechas ni de izquierdas, sino inmoral, al carecer de la solidez moral que les falta”.
A propósito de los diez valientes de Leiza, el siempre agudo, ácido e intuitivo escritor Arturo Pérez-Reverte publicó un muy retuitado mensaje en las redes en las que decía –disculpe el lenguaje, monseñor- “Cuando un guiri me pregunte qué significa la expresión española “tener cojones”, le enseñaré esta foto de los diez hombres y mujeres de Leiza, Navarra: un pueblo de 3.000 habitantes donde la mitad vota a Bildu”.
Con lo sucedido el pasado día 11 a monseñor Joseph Stricklan -obispo de Tyler (Texas)- en la memoria, me atrevería a situarle también a usted en esa lista de los valientes de Leiza, en la esperanza de que no tenga que repetir, con su homólogo estadounidense, “respetaré la autoridad del papa Francisco si me destituye como obispo”.
Suyo afectísimo.
“Votar e rebotar”. Xulio Xiz
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