
La izquierda en España considera a los ciudadanos especialmente incapaces y por tanto necesitados de la tutela del Estado. Reparte bonos culturales mientras tenemos el mayor IVA a la cultura de la UE, dicta leyes para regularlo todo, defiende antes la sanción que la información, la multa que el aprendizaje y el decreto sobre la Ley. Nos dice qué comer y que no, qué decir y que no y hasta qué pensar. Les dejamos jugar con el consumo de carne, con la elección de género sexual, con los niños, niñas y niñes y ahora, hasta intentan que comulguemos con ruedas de molino para aceptar el precio que exigen los rupturistas y terroristas para votar la investidura de Sánchez.
Para lograr este objetivo, Sánchez actúa como el incendiario trastornado que prende fuego para lucrarse, por rencor o maldad y con total indiferencia a sus consecuencias. Presume de los mil fuegos que ha provocado y el recuerdo de esas gestas le empuja a “superarse” una y otra vez. Su último sueño pirómano no es sólo premiar el golpe de Estado catalán, sino que sube la apuesta, y pretende materializar la voladura del Estado planificada por Puigdemont, cuya principal hazaña fue huir escondido en un maletero.
Asistimos también a una batalla entre viejos socialistas y sanchistas, que dueños y señores de todos los resortes del poder, liquidan a placer a los que construyeron el partido en democracia. Igual que los cerdos de la granja orwelliana se deshacían de los que recordaban los principios fundacionales, los eliminan al viejo estilo de la izquierda, acusándoles de hacer daño al partido.
El exvicepresidente Alfonso Guerra no parece dispuesto a asistir a este proceso sin decir nada y se despacha a gusto con Pedro Sánchez. Le acusa de “tendencia al cesarismo”, por ser en exclusiva quien elige a la dirección del partido o las que conforman las listas electorales. Reivindica su “derecho a opinar” y afea que le digan que “ya pasó” su hora. “Sé que ha pasado mi hora, pero la de España no, por eso tengo la obligación de decir lo que creo cuando se trata de cosas importantes”, apostilla. En cualquier caso, yo le aconsejaría “prudencia”, porque, la repentina expulsión de Redondo Terreros, una pieza menor, le advierte, de igual modo que el productor Jack Woltz en El padrino, que se despierta con un recado entre las sábanas, de lo que puede pasar.
En cualquier caso, estos no están exentos de responsabilidad, pues permitieron el ascenso de un Zapatero que laminó el consenso político, y de un Sánchez populista capaz de arrasarlo todo. Consintieron la radicalización de una militancia que hoy hace imposible reconducir al PSOE. Cuando pudieron hacerlo, prefirieron callar y aferrarse al patriotismo partidista.
El PSOE, una marca vaciada, se mueve más que los precios. Si hasta la víspera de las generales, denostaban la amnistía, hoy la defienden como solución para la cuestión catalana y las mentes pensantes de Moncloa hablan de generosidad, futuro y reconciliación.
En un país sin ética personal y social, la excusa para imponer un sistema totalitario, sin separación de poderes, sin ningún tipo de control, y con capacidad infinita de aumentar la presión fiscal y la deuda, es volar los puentes de la democracia y abrazarse a la injusticia. Estamos en una situación de excepcional de emergencia y lo que toca es movilizarse para evitar que Sánchez lo destruya todo.