
Hace un año de la muerte de Javier Marías escritor e intelectual de referencia, comprometido con los valores democráticos que defendió siempre desde su independencia. Solía hablar alto y claro y sus palabras retumbaban con la fuerza que le daba su libertad de criterio.
En diciembre de 2020 contó que una tarde paseaba por el Madrid de los Austrias y se sentó ante un convento donde un guía enseñaba a un grupo de treintañeros “de aspecto normal” la iconografía de la fachada de la iglesia: “Ahí está la Virgen María con el
Arcángel Gabriel, la Anunciación, ya sabéis…”.
Como los integrantes del grupo ponían cara de pasmo dice Marías que el guía les preguntó: “¿Sabéis lo que es la Anunciación, no?, y la respuesta fue unánime: “No, ni idea”. Entonces el guía les contó brevemente el relato evangélico de la Concepción: el Arcángel, el Espíritu Santo, la Inmaculada, es decir, sin mancha…”. “Qué significa sin mancha”, le preguntaron. “Pues sin mancha, contestó el guía, significa sin sexo por medio”. “¡Ah, sin consumación”, dijo uno.
Llegados a este punto, el guía pasó a otra cosa y Marías, desde su agnosticismo, señala que nada que objetar a que “se destierren algunas supersticiones, aunque nos invadan otras. Lo que no comprendo es que se pueda no estar al tanto de su existencia porque equivale a ignorar dos mil años de la historia de Occidente”.
Añade el escritor que el hecho no le pilló de sorpresa y cuenta la anécdota de alumnos
de su hermano, catedrático de Arte, que en un examen describían una Crucifixión como
“Pintura de un hombre con barba y pelo largo clavado en una cruz”.
Tampoco se extrañaba Marías de la ignorancia de esos “turistas” que imputa a la demolición de la educación por tantas leyes en la democracia y “la última siempre empeoró la anterior” Tanta ignorancia significa desconocer los fundamentos de nuestra civilización y cultura y sin ese conocimiento no podemos entender el pasado, tantos siglos de historia, ni el presente
No se trata de volver al debate de la religión en la escuela sino de recuperar para la
enseñanza algo parecido a una “historia de las religiones y culturas” que incluya las manifestaciones del arte inspiradas en la Biblia y otras ideologías religiosas. Esa enseñanza es imprescindible para poder entender las obras de arte que albergan los museos y de la arquitectura que hay en ciudades y pueblos.
Con la ignorancia que describe Marías, esos treintañeros no pueden visitar el Museo del Prado, ni ningún otro de los países vecinos, no entenderían nada en las salas del renacimiento o del Barroco. Y las catedrales de Santiago, y Ourense y los monasterios e iglesias de España y de Galicia les parecerán unas “piedras superpuestas”, sin más. Una pena.