Las definiciones siempre son difíciles. Exponer con claridad y exactitud lo genérico es un esfuerzo que merece afrontarse, que solo puede obtenerse con el dominio del lenguaje, que ha de ser correcto y preciso. La comunicación, como sector, ha de repensarse constantemente, máxime si valoramos su amplitud y el mundo cambiante e hiperconectado en el que ha nos desenvolvemos. La reflexión ha de asentarse sobre un pasado sólido, trascendente, de influencia en las sociedades anteriores. Repensar a veces será reiterar, pero ante todo debemos buscar aportaciones que nos permitan contribuir y responder nosotros, los comunicadores, los que tanto deberíamos saber de preguntas, contestar al determinante desarrollo acelerado de las distintas sociedades, con connotaciones de carácter social, cultural, tecnológicas, económicas y políticas. Sin complejos, el cronista ha de dirigirse hacia un punto de encuentro en lo esencial, lo que le seguirá legitimando para reclamar unas ciertas garantías, no privilegios, en el ejercicio de sus cometidos.
Desde el convencimiento de que la comunicación es la que cambia el mundo, en el VI Congreso de Editores de Europa América latina Caribe, que reunió estos días en Madrid a profesionales que representaron a 32 países, se propuso una puesta en común reivindicativa del periodismo esencial, de ese que aún hoy trata de responder a las cuestiones que contextualizan una información -para hacerla dominio de la opinión pública-, y que busca, también, formar y entretener. Influimos en el desarrollo de los acontecimientos y tenemos que asumir nuestras responsabilidades en tamaña misión, en eso nos ocupamos en los debates.
Fuimos conscientes de que tenemos que saber hallar aquello que, más allá de una buena prensa para la comunicación, consiga hacer pervivir a un sector que ha de ser viable en su comprometida ética profesional, en el marco de una exigente deontología, pero también en lo económico. Perseveramos en una clara intención: poner en valor de utilidad el bagaje del mayor soporte de pensamiento que han conocido los tiempos, y lo hacemos en un momento de profundos cambios estructurales a escala mundial.
El periodismo es vanguardia y de forma permanente ha respondido a las necesidades de transformación y adaptación, fundamentalmente a las generadas por los avances tecnológicos y sociales. Como consecuencia de la evolución, la vida se ha acelerado en todos los órdenes y con ello se han distorsionado buena parte de los métodos comunicativos. Así, si bien se mantienen los mismos elementos estructurales, en los aspectos funcionales se han adquirido o impuesto -por la digitalización y la inteligencia artificial- singulares matices y características que también repercuten en la noticia como producto periodístico.
Todo es viejo y nuevo a la vez. Los problemas que afrontan los medios en general siguen manteniendo buena parte de lo que se han arrastrado a lo largo de la historia como elemento de poder, pero que ahora son condicionados por factores de supervivencia económica, adaptación a las posibilidades técnicas y por el intrusismo de los receptores en las redes y, por ende, de la generación de teórica información por máquinas..
Este periodo de tránsito continuado, debido a los cambios vertiginosos e insospechados, nos obligan a reformular métodos, estrategias, técnicas y objetivos. La teoría se distancia de la práctica no solo en los círculos académicos, sino también en las propias redacciones. Es preciso investigar, reflexionar, encontrar nuevos planteamientos y horizontes para una profesión de vocación humana comprometida que, más allá de herramientas teóricas, necesita otras con fundamentos realistas y consistentes, imprescindibles para sobrenadar entre las abundancias de ese mundo colapsado por noticias creadas, interesadas, manipuladas, por estafas éticas y morales.
En muchas ocasiones reflexivas hemos concluido que la notoriedad o el afán de trascendencia no pueden superar a la vocación, al oficio, a las ansias por narrar lo que ocurre de la forma más objetiva posible, lo que responde siempre a un contexto aceptado por una mayoría en el orden circunstancial y cultural, se inscribe en una responsabilidad ética ejercida en libertad, a una conciencia. Lejos de contribuir a la construcción de una ficción social, el periodista debe denunciarla, no puede ser cómplice, como concluíamos en el anterior Congreso bajo el lema de “la verdad construida” en base a los intereses de poderes -económicos, políticos, etc.- o de las mafias.
No me importa reiterarme: el periodismo es un valor público imprescindible, un baluarte al servicio de la democracia, un sistema de intermediación entre el poder y la gloria y los humildes, un traductor y un crítico. Trabajar en un medio, ser informador profesional presupone una forma de ser y de estar, muy hermosa, en sí ya muy compensatoria. La labor como comunicadores se adscribe a un planteamiento muy clásico y rotundo, para realizarla sigue siendo fundamental la formación general, pero muy en particular en áreas como la cultura y la lengua. Mas sobre todo hay que dejar manar la vocación de narrar, de contar, de proyectar. Somos imprescindibles. Tenemos que dar gracias a los dioses por permitirnos ejercer una profesión trascendente que puede llegar a convertirse en un verdadero arte por el que muchos estamos dispuestos a dar la vida o a sacrificar la libertad.
El mundo cambia y nos sigue demandado un papel protagonista. Nuestro deber es responder con inteligencia y trasparencia, denunciar intentos de censura o manipulación defender la democracia y la separación de poderes, y apoyar a nuestros compañeros perseguidos, encarcelados, o a las familias de aquellos que han dejado la vida defendiendo la libertad de contar la verdad. Todo ello se refleja en la Declaración de Madrid, conclusión del Congreso de Editores que será elevada a la Comisión y al Parlamento europeos, aprobada por unanimidad.