Inés Arrimadas volvió de las vacaciones de verano, llamó al timbre y nadie salió a recibirla. La sede aparentaba estar vacía pero en realidad aún quedaban una docena de resistentes refugiados en la penumbra del buen sueldo. Indecisos. Unos pensando en buscar refugio en la derecha tradicional, otros con las maletas hechas para marchar al silencio de sus hogares, lejos de la veleidades de las políticas oportunistas, que los habían llevado hasta allí, arrastrados por el sueño de alcanzar la luz del poder. Sí, como mariposas engañadas por la inconsistente bombilla de un líder sin fundamentos ideológicos reales.
Ciudadanos se apaga. Al marcharse Albert Rivera se llevó en la mochila los plomos y el contador de la corriente. Él sabía que no habría más crédito, que quienes lo empujaron hacia el cielo habían cambiado de idea emprendiendo una nueva operación con aires galaicos para alcanzar la Moncloa. La falacia del centro con marchamo de nombre y sello volvía a ser otro intento fallido en nuestra historia. Y dejó sola a Inés, el segundo milagro catalán tras él, para que fuera recogiendo los muebles, abonara el alquiler y se fuera sin hacer más ruido del necesario. Por eso es inútil, en las postrimerías de esta legislatura, escribir el término “refundación” del partido. La disglosia se ha instalado en los resistentes, quienes en su lugar deberían escribir la palabra “defunción” a la hora de convocar a la militancia, si es que aún les queda alguna.
No debiera ser necesario perder tiempo y tinta analizando el proceso del fulgor y muerte de Ciudadanos, si no fuera por la persistente sospecha de que existe una eterna confabulación de los poderes fácticos de derechas por conquistar el centro para mantener el ascua en su sardina. Sin embargo, no acaban de aprender que el centro político y democrático no es factible como tal. Inventarlo siempre genera una entelequia. Sucedió con la Unión de Centro Democrático y el sucesor CDS, ambos de Adolfo Suárez y cía. Aconteció con la Operación Roca, tan fugaz como un cohete de feria. Dio que hablar con Unión Progreso y Democracia de la presunta socialista Rosa Díez y, finalmente, con el engaño del espíritu de bisagra, que nunca lo ha sido, del ciudadano Rivera.
La prueba evidente de la funcionalidad de Ciudadanos se ha demostrado al participar en los gobiernos de Murcia, Castilla y León, Madrid y Andalucía. En lugar de apoyar las listas ganadoras se sumaron a la derecha, a la que a buen seguro le debían el pan y la sal no confesados. Y, para quienes somos desconfiados por naturaleza, siempre nos pareció evidente el desinterés de Rivera por trabajar duro en Galicia y robar escaños a la derecha parlamentaria de Feijóo. ¿Ideas conspirativas? Nunca diré que esta opinión sea solo mía. Y, además fíjense en la paradoja, la política de presunto centro únicamente les fue bien electoralmente cuando Juan Marín gobernó con Susana Díaz, pero esa situación, visto lo visto, no debió satisfacer a los poderes fácticos.
Después de las elecciones municipales de mayo, la ciudadana Inés Arrimadas pagará los últimos alquileres antes de anunciar el cierre sin reformas ya que, en muchas ciudades y pueblos con buen nombre, sus concejales se habrán abrazado al retrato de Núñez Feijóo. Se verá claro que a la loca aventura de dividir la derecha en tres opciones -PP, Cs y Vox-, el mercado electoral no ha respondido a las intenciones de los poderes fácticos. En España el centro es un sueño para crédulos y el bipartidismo un juego de mesa con muchos adeptos. Pero de esa fábula les hablo otro día.