En Galicia, el día de la Virgen de agosto es la madre de todas las fiestas y, como tal, es una invitación a todos, creyentes o agnósticos, a una tregua para no pensar en la carestía de la vida, la pertinaz sequía, las temperaturas asfixiantes o las catástrofes que anuncian para el otoño. Es el día de buscar cobijo en alguno de los “campos” de las fiestas y
romerías para compartir la jornada con familiares y amigos y sumarnos a la alegría general.
“¡Galicia frolida, cal ela ninguna, de froles cuberta, cuberta de espulas… De vales tan frondos, de verdes tan frescos, que as penas se calman nomáis que con velos”, escribió Rosalía en el primer poema de Cantares Gallegos. Galicia es como “un xardín donde se respiran aromas puros, frescura e poesía…”.
Esa belleza que describe la Cantora del Sar se manifiesta de manera singular y con todo su esplendor hoy y estos días de agosto en los que numerosas parroquias, villas y ciudades celebran las fiestas patronales en torno a sus santuarios y ermitas bajo una advocación de la Virgen o de los santos, que son manifestaciones colectivas tan singulares que a través de ellas Galicia conserva vivas sus tradiciones.
A esos santuarios que adornan esta tierra acuden los creyentes -vecinos, allegados y forasteros- con ánimo fervoroso. Van a rendir tributo de gratitud a su patrona o patrón o a hablarles de sus quebrantos y pesadumbres con devoción confiada. Pero en torno a las ermitas todos, creyentes y agnósticos, reviven y siguen cultivando viejas costumbres y expresan colectivamente sus alegrías.
Las fiestas galaicas compendian muchas realidades de nuestra comunidad, hasta el punto de que no se puede entender Galicia sin evocar algunos de esos recintos sagrados para los católicos. Quien quiera conocer el arte y la cultura de Galicia, quien desee conocer la identidad de esta tierra a través de sus vivencias y tradiciones, necesariamente ha de visitar sus santuarios más emblemáticos donde se reviven ritos ancestrales y se mantienen viejas costumbres.
Un pueblo sin fiestas es como un camino sin posadas, dejó dicho el filósofo Demócrito.
Todas son, en palabras de Noriega Varela, “festas de suave perfume”, y actúan como un imán de atracción que propicia cada año emocionados encuentros entre los lugareños y los que se fueron y retornan al pueblo. Son la gran cita anual que convoca a todos a mantener vivas las reuniones familiares más queridas y satisfacen los cuerpos más marchosos.
Parafraseando a Cunqueiro, “mil primaveiras mais” para nuestras fiestas, uno de los signos que nos caracteriza como pueblo. Es obligado disfrutar de ellas olvidando durante unos días las preocupaciones de la realidad prosaica.
“Votar e rebotar”. Xulio Xiz
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