
HOY domingo de resurrección, permítanme un anatema. He aquí. Cada día estoy más convencido de que la ciencia demoscópica ha sido el principio de la destrucción de la convivencia política en tiempos de paz. Descartados los enfrentamientos bélicos y suponiendo que a mediados del siglo XX habíamos alcanzado un nivel de felicidad pacifica antes nunca soñado, es en ese escenario donde deberemos acusar a esa ciencia sociológica de ser la principal perturbadora de la concordancia.
Me explico. La demoscopia nace en 1824 como consecuencia de un experimento local en EE.UU. Se perfecciona y populariza cuando las nuevas tecnologías digitales entran en juego. Hasta el último tercio del siglo XX no pierde los pañales, pero enseguida entra en la cotidianeidad con la fuerza de un ciclón, como la vieja copla de Lola Flores. Ironías al margen, imagine usted, que no existieran las encuestas de opinión pública. Esto es que, como etimológicamente dice el concepto en griego, no estuviéramos siendo espiados todos los meses o cada vez que a un político se le quiebra la voz.
Lo que empezó siendo un avance a la hora de valorar la realidad mediante los sondeos, ahora es una sucesión de espectáculos construidos con trampantojos para generar espejismos mediáticos. La credibilidad de la demoscopia, adulterada por los intereses de toda índole, está por los suelos. Especialmente la política. En menos de una década ha llevado a Cataluña a la independencia, ha convertido a Albert Rivera y a Pablo Casado en presidentes de España, ha puesto a Pablo Iglesias a las puertas de san Pedro, ha destituido a Pedro Sánchez y le ha dado las llaves del infierno a Santiago Abascal. No ha acertado una, pero ha tenido en vilo a todo el país y contribuido a desprestigiar la vida pública. Ahora le toca a Feijóo flipar desde las nubes del Olimpo.
Si yo tuviera capacidad, prohibiría publicar las encuestas sociológicas, empezando por las del CSIC, porque de científicas ya no tienen nada. No pasan de santas semanas de pasión sin domingos de resurrección. Son vulgares espejismos de lagos dónde no hay agua. Pero nos flagelan.