
Hoy no queda sitio para bromas ni chascarrillos. Da igual si conocía o no a los marineros del Villa de Pitanxo. Es lo de menos. Entre las gentes del mar existe una solidaridad que va más allá de amistades,banderas o idioma. Te cruzas con otro barco,y rara es la ocasión en la que alguien,sea desde cubierta o puente,no salude levantando su brazo. No digamos cuando por radio escuchas un aviso,sea la chicharra o un vulgar “pam pam”. En ciertas zonas, no es extraño oir cada noche que hay en el agua una embarcación con emigrantes. Y aunque no sea tu función,pones ojo avizor por si les ves o el radar te da un eco. Todo esto no es comparable a lo que se vive ante la posibilidad de un naufragio. Algo que nadie quiere sufrir en carne propia y les puedo asegurar que poco importan las aguas o latitud,porque la situación siempre se vuelve crítica.La señal de la radiobaliza se convierte en una melodía de fondo constante y uno no puede hacer otra cosa que pensar:”ojalá lleguemos a tiempo”. Luego,en medio de la oscuridad, empiezan a aparecer restos flotando,pero lo único que indican,es que estás en la zona del siniestro. Se te olvidan el frío,la humedad y el cansancio,ya que en tu mente solo se repite un mensaje: Deseas con toda el alma que haya un final feliz,tal como nos tiene acostumbrado el cine. Pero no. La realidad es cruda. Cruel. De los tripulantes no encuentras nada. A veces,un casco o un chaleco a la deriva,pero del cuerpo,ni rastro.En otras ocasiones,detectas un barco que navega sin rumbo,guiado unicamente por los caprichos de la corriente o el viento. Dentro,con suerte,documentación que remite a quien fue su dueño. Nada más.Van ya quince años navegando,y por ahora, estoy agradecido de no haber tenido ningún percance grave. Eso sí. Sé lo que son los temporales. Que la nave sea zarandeada por fuerzas que uno sabe son imposibles de controlar. Ves las olas romper contra los cristales del puente, a veces,pasando por encima de él,mientras que en el interior, todo se vuelve inestable. Desde una silla,hasta objetos más pesados. Por ver,he visto hasta neveras perder sus puertas a causa de golpes de mar. De meterse en el camarote,mejor ni hablamos. Y del mareo,tampoco. No hay mejor “biodramina”que la tradicional miga de pan o las manzanas. Y hasta el más duro,acaba sintiendo una sensación de malestar que solo se pasa una vez tocas tierra firme. Por todo ello,no quiero ni imaginar lo que puede ser eso mismo en unas aguas tan hostiles como las de Terranova. Jamás se me ocurriría compararme con esos hombres heróicos que se parten cuerpo y alma trabajando en jornadas interminables en las que queda poco espacio para el descanso. Así que vaya desde aquí todo mi cariño y respeto. Eterna memoria a los difuntos y un abrazo enorme a sus familias.