“Pederastia”. Xosé A. Perozo

DON NICOLÁS era un cura raro. Así lo calificaba la gente mayor sin prestarle mucha atención a sus rarezas. Los chavales teníamos mejor definida su enfermedad y en cuanto se desvelaba su presencia en el confesionario escapábamos como almas alobadas. Los sábados, días de confesión obligatoria, contrastaban las afluencias de fieles. En el confesionario de don Aquilino se organizaba una cola idéntica a la de la taquilla del Imperial Cinema. En el suyo don Nicolás bostezaba o dormitaba. También, cuando aparecía por el local de Acción Católica los tableros de pin pon quedaban desiertos y las raquetas abandonadas.

Mi ciudad contaba con tres sacerdotes y los de los pueblos vecinos acudían con frecuencia a pasear juntos, comer, asistir a actos sociales… Entonces abundaban las sotanas. Don Nicolás raramente se le veía con ellos. ¿Lo apartaban por su rareza? ¿Por qué, entonces, permitían su acercamiento a los niños y adolescentes? Yo no tengo ninguna prueba de sus tocamientos que vayan más allá de las historias contadas por amigos y conocidos de entonces. Pero es evidente, si era un pederasta era consentida su rareza.

Este viejo delito cometido en el seno de la Iglesia ha explotado con virulencia en todo el mundo. Los granos sueltan pus desde el más pequeño lugar hasta en la organización educativa más poderosa. Por eso cuesta aceptar que sectores políticos y sociales se empeñen en mantener encendido el fuego de aquella doble moral, con el que indudablemente acabarán quemándose. Desalienta ver cómo una Iglesia que condena la sexualidad, más allá del simple empleo en la procreación, esconda bajo las sotanas perversiones estipuladas como delitos.

Una costumbre que en España, reserva espiritual de occidente, nos atestigua cómo el poder piramidal y continuado se pudre y contamina. Tratar de diluir el problema, como un azucarillo en un gran café, no protegerá a una Iglesia que, afortunadamente, por fin tiene voces como las del papa Francisco o del arzobispo monseñor Barrio, abiertas a la realidad y al conocimiento más allá de los dogmas. La organización de la Iglesia católica difícilmente ganara el futuro sólo predicando la fe ciega.