“Afganistán, entrega dieciocho”. Jacobo Otero Moraña

La verdad que estos días me estoy sorprendiendo con el debate que generan estos artículos/reflexiones. Y no me refiero a las personas que están de acuerdo o muestran su apoyo. Me interesan mucho las opiniones disconformes. En concreto, la de un tertuliano que el otro día resucitaba el fantasma del colonialismo en su versión readaptada y puesta al día.

Vamos a ver. Soy el primero en aceptar y admitir que nadie mueve un dedo, menos un ejército, por puro altruismo. A lo largo de la Historia no hay un solo político que obre de tal forma si no hay un interés manifiesto u oculto. El único caso que se conoce es el de Cincinnato, y precisamente por esa actitud casi serafica, se duda de su existencia.

Pero en el caso que nos ocupa, la cuestión es otra. El asunto nos lleva a los orígenes del propio Islam, ya sea como religión, doctrina o como prefieran llamarlo. En el 622 de nuestra Era, Mahoma se ve obligado a huir de La Meca hacia Medina, episodio conocido como Hegira, que da inicio al calendario por el que se rigen sus seguidores. El hecho, salvo para un grupo bastante exiguo de personas, pasó bastante desapercibido. A fin de cuentas, las broncas entre mercaderes de caravanas eran bastante frecuentes. Pero este hombre iba a marcar un antes y un después. Si heredó de una tía rica o tuvo otro tipo de mecenazgo, lo dejamos al gusto del consumidor. El caso es que en los años posteriores, se acaba haciendo con el control de la península arábiga. Y no sólo eso, comienza el proceso de expansión que va unido de forma indefectible a su mensaje. Mucho se habla del incendio de la Biblioteca de Alejandría achacado a los cristianos. Pero pocos mentan a Omar I, seguidor del “profeta” que sí le metió candela al edifico y su contenido por discrepancia con las enseñanzas del libro verde. Pues en 711,ochenta y nueve años después de la famosa fuga, las huestes agarenas no sólo dominan todo Africa del norte, sino que dan el salto a nuestra piel de toro. Pues ya sabemos qué pasó después. Aunque tras la batalla de las Navas de Tolosa quedó claro que los reinos islámicos estaban en retroceso, llevaban ya quinientos años aquí. E hicieron falta tres siglos más para que se fueran del todo.

Entonces pregunto: Quién era entonces el expansivo? Acaso tenía Occidente algún interés en aquella tierra lejana? Había cruzados en el S VIII? Es que a alguien le interesaban de aquella los combustibles fósiles? La respuesta es la misma :No. Nadie iba a tocarle las narices a los del turbante. Vinieron ellos solos. Y es que lo admitan o no, en el mensaje original, va implícito ese ecumenismo. Todo el orbe ha de ser Nación del Islam. Da igual lo mucho o poco que tarden. Es más. Aquel territorio que una vez fue islámico, jamás pierde su condición, siendo obligación de todo musulmán hacer lo posible por recuperarlo.

Así que ya ven. Querer culpar de la situación que se vive en otros países al colonialismo paternalista occidental, es cuando menos, discutible.

Y un ejemplo palmario lo tenemos en África. Se dice que somos los “blanquitos” quienes causamos conflictos, pero luego resulta que se bastan solos. A ello sumar que las guerras tribales, aún siendo horrorosas, si no llevan aparejado otro componente, finalizan cuando uno de los bandos triunfa. Liberia, Costa de Marfil, Rwanda, Burundi, así lo demuestran. Ah. Pero allí donde a todo lo anterior se suma el Islam, ya el lío se expande. La franquicia de Al Qaeda en Somalia no se ciñe a su territorio. Han ido a Kenya, Tanzania, Uganda y hasta al norte de Mozambique. Hacia el norte no suben, que Djibuti es un macrocuartel internacional y les puede salir caro. Por la zona occidental tenemos a Boko Haram. Pues no sólo la lían en Nigeria. Camerún, Malí y Burkina Fasso, son zona de guerra.Habrá quien me diga, y qué tiene que ver todo esto con la crisis actual? Muy sencillo. Hay quien está convencido de que se ha acordado con los barbudos que se queden con el país. Pero allí quietos y parados. Alguien se lo cree?

Lo siento, pero no. Si algo hemos aprendido, es que jamás se debe menospreciar a un adversario. Si un jefe de caravanas hizo lo que hizo hace catorce siglos, con sólo dromedarios y caballos, imaginen lo que pueden hacer ahora que tienen en sus manos armamento de primera aunque ellos vivan en 1443.