La vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús
Montero, ha justificado la intervención de Moncloa en el relevo del presidente
de la empresa Telefónica, en que “tocaba el proceso de renovación” y por qué
es muy importante que España cuente con “una empresa tecnológica que
tenga capacidad de competir en un mercado que es fuerte, muy competitivo a
nivel europeo, internacional”.
Con Marc Murtra al frente, un hombre de Illa y del PSC, Pedro Sánchez
consolida el giro político en la dirección de la hoy segunda operadora española,
tras el sorpasso en líneas de telefonía por la empresa resultante de la fusión
entre Orange y MásMóvil.
Lo que verdaderamente se busca con esta operación es cumplir el sueño del
presidente de integrar Indra y Telefónica y lo que es más importante aún,
convertir a esta empresa en actor protagonista en el sector de medios de
comunicación. Ya tiene una posición importante en televisión y producción
audiovisual a través de Movistar Plus y no es descartable que vuelva a
convertirse en el salvavidas de los amigos de Prisa, como ya lo fue en 2012.
En definitiva, y como resume Luis Ventoso, “estamos ante una compañía
privatizada en 1997 mangoneada 27 años después por el Estado, con el
aspirante a autócrata convertido en el controlador supremo de un
importantísimo conglomerado tecnológico y de comunicación por el que
pasamos casi todos”.
Este asalto sin paragón del Gobierno a Telefónica me ha hecho reflexionar
sobre un género literario que me gusta especialmente, el cuento. Como a
multitud de personas, la sola palabra “cuento” me remite a la infancia. Este es
anterior a la novela, va de la mano con el poema y la parábola de los libros
sapienciales. Nació en la oscuridad de la caverna y del templo, entre plegarias
y salmodias. Intenta mostrar lo inexplicable, de ahí su misterio.
Decía un personaje de William Shakespeare que la vida es un cuento lleno de
ruido y furia contado por un loco. Por eso desde que aprende a manejar sus
primeras palabras, el ser humano siente una necesidad compulsiva de relatos.
Y la súplica “¡Cuéntame un cuento!” es patrimonio de todos los niños del
mundo, con indiferencia de su nacionalidad, raza o estrato social.
Por eso, algunos políticos encuentran útil diseñar su acción política en base a
tratar a los ciudadanos como menores de edad a los que se les pueden contar
cuentos. Con la esperanza, de que estos sean menos reacios a aceptar sin
cuestionarlos sus argumentos.
Calvino definía al escritor como “un prestidigitador o ilusionista que dispone
sobre su mostrador de feria cierto número de figuras y que desplazándolas,
conectándolas, intercambiándolas, obtiene una cierta cantidad de efectos”. Los
personajes son los naipes esenciales con los que, a la postre, se levanta el
castillo de toda invención literaria.
Asimismo, el gusto por los cuentos ha de ponerse en relación con el arte de
fingir, que también ha cobrado una inusitada importancia en el gobierno
socialista que sufrimos. Esta es una de las grandes mañas del presidente del
Gobierno. Pedro Sánchez tiene la habilidad de conseguir que se confunda la
realidad con sus deseos. Su capacidad para la ficción es excepcional y
probablemente estamos ante el mejor cuentista español del siglo XXI. Con él
en este país el relato se impone a la verdad y la vida se convierte en una
antología de cuento constante.