“El cinismo como ejercicio de la política”. Juan Salgado

15 Novembro 2023


El cinismo es una conocida doctrina filosófica fundada en la Grecia clásica por Antístenes, enmendando a Aristóteles, y que se caracterizaba por el rechazo de los convencionalismos sociales y de la moral comúnmente admitida. La evolución del sentido de las ideas y las palabras otorga, en la concepción de ahora mismo, un distinto significado que el diccionario de la RAE resume en la primera de sus acepciones como la “Actitud de la persona que miente con descaro y defiende o practica de forma descarada, impúdica y deshonesta algo que merece general desaprobación”. Dicho en otras palabras, una persona cínica es aquélla que habla de algo a sabiendas de que no es cierto, sin que sus afirmaciones le supongan ningún tipo de reproche moral.
Quienes quieran profundizar en esta actualización de la doctrina del filósofo griego tienen en el discurso de investidura de Pedro Sánchez, ayer en las Cortes Generales, el más palmario de los ejemplos. Hasta cotas que el candidato socialista se esforzó por elevar a su máxima categoría.

Por eso, no importaba que, transmutado en un nuevo rey Midas, aportara a lo largo de su extensa exposición, como obsequiosas dádivas a su discurso de radicalización, una serie de promesas muchas de las cuales evidencian, por haberlas repetido cuatro años antes, el fracaso de la legislatura pasada, otras se movieran en campos tan abstractos que no obligan a ningún compromiso concreto, unas terceras sean de imposible ejecución por corresponder su gestión a las comunidades autónomas y ayuntamientos y, otras, en fin, por enmarcarse directamente en el campo de la ensoñación, de la utopía. Pero, como sucede con los programas electorales, tiene a su favor que nadie le exigirá cuentas cuando sea el momento. Hasta ese grado de adocenamiento nos ha conducido la clase política.
La experiencia reconoce de los autócratas la imperiosa necesidad que tienen de crearse enemigos, ciertos o inventados, para sustentar su discurso y su propia supervivencia en una contraposición respecto del actuar de aquéllos. Sólo que ese actuar no responde a criterios de verdad, sino al que se crea respecto de éllos, acentuando hasta la mentira toda denigración y no concediendo el menor de los reconocimientos. Por eso todo su discurso y la réplica al PP -en actitud que nada tiene que envidiar a las prácticas goebbelianas- no fue sino la lectura del discurso de réplica preparado para responder a Feijóo en su frustrada investidura, y que silenció por el temor a confrontar con el entonces candidato popular. Hasta tal punto hizo gala de tirarse al monte de la radicalidad el candidato, que llegó a culpar al PP de los acontecimientos del Procés, escondiendo que él mismo había avalado con su voto la intervención estatal en base al artículo 155 de la Constitución.
Es en ese reproche al PP de la pervivencia del independentismo en Cataluña en el que Sánchez sustenta la ignominia que supone la Ley de Amnistía, conculcadora del Estado de derecho, y proponerse como una suerte de Espartero el Pacificador –militar y político en tiempos de Isabel II-, para llevar la concordia, la unidad, y hasta el ¡¡¡arrepentimiento!!! de los independentistas para retornar al abrigo de la España de las autonomías. Como poco aficionado a los libros que es, olvida Sánchez –y no debiera, por su propio interés- que en su intento pacificador, el emperador romano Julio César acabo siendo sacrificado por aquéllos a los que había amnistiado y a los que había encumbrado.
La desfachatez del candidato llegó a límites tales como asegurar en la tribuna que “en la discordia no puede haber prosperidad”, cuando dedicó toda su intervención inicial y la réplica de una hora a la intervención de Feijóo, a la bien tramada estrategia de descalificar con mentiras cuanto se sitúa ideológicamente a la derecha de su propio ideario, bastante izquierdoso por cierto como para incluir en su reproche a partidos, empresas, Iglesia católica… Frente a todo ello, se propone a sí mismo como muro de contención. ¿Todo un ejemplo de convivencia!
Descartado ya el valor de la coherencia que invocó y que ningún ciudadano en sus cabales cree ya posible en la personalidad del candidato, quedan dos aspectos últimos a destacar del discurso de investidura, ambos contenidos en la expresión “hacer de la necesidad virtud” que Sánchez había repetido ya ante su comité federal. La primera de las reflexiones tiene que ver con el reconocimiento expreso de que la Ley de la Amnistía tiene plena justificación en la necesidad de comprar siete votos, lo que implica la perversión de supeditar el interés ciudadano al suyo propio. El segundo de los significados lleva a concluir que Sánchez admite que el fin –su presidencia- justifica los medios –la ilegalidad de la compra de votos y el precio pagado-, lo que no es sino una
añadida depravación en tanto que prescinde de todo componente ético en el ejercicio de la acción política conduciéndonos a la peor de las prácticas maquiavélicas.

Con estos postulados y denigración de la moral política, Sánchez asume hoy la presidencia de la Nación (?). Convendría que no olvidara la maldición que cayó sobre el Midas que todo lo convertía en oro con sus manos. Cuando, harto de tales prodigios, quiso deshacerse de ellos siguiendo el consejo de su oráculo de lavarse las manos en el río Pactolo vio frustrado su deseo al convertirse el río también en oro.

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