
La generación de los que nacimos en la posguerra fuimos “educados” en una mentira que, en mi caso, se inició en 1950 en el colegio del Padre Manjón (Las Palmas de Gran Canaria) y que no finalizó hasta que, como Saulo, me caí del caballo FEN del franquismo imperante, en el colegio “Compostela” de Ribeira.
Una educación, aquella, en la que los “rojos” eran “los malos de la película” y los “azules” los salvadores de la Patria. De aquellos “azules”, los descendientes -o tal vez los mismos- de los que cantaban entonces el “Cara a sol” que un grupo no muy nutrido de hombres y mujeres entonaron en las inmediaciones del cementerio de San Isidro este lunes, 24 de abril de 2023, en la exhumación de Primo de Ribera.
Nostálgicos de un ayer que llevan en su almario (lugar donde reside el alma) la mentira que empezaron a contarnos cuando recibías el “Europa” (libro de lecturas) y el “Compendio”, libro con el que iniciabas la andadura del “ingreso” al bachillerato, etapa en la que creías que Franco era el mejor sheriff y José Antonio su más fiel amigo y compañero. Este, junto con otros “grandes” del “Alzamiento Nacional”, formaban parte de la iconografía de un tiempo que, en absoluto, se correspondía con lo poco o nada que tu padre y tu madre relataban de la guerra que vivieron, de “su” guerra. La de mi padre cuando tenía 17 años y “se lo llevaron al frente” y la de mi madre que, con 16 años, nunca había salido de Cariño, hoy municipio, entonces parroquia de Santa Marta de Ortigueira. Esa fue “su” guerra y nunca la contaron a sus cuatro hijos. Callaron por temor a las represalias, dado que mi padre, de la “quinta del biberón” con Franco, se “pasó” al bando republicano en la primera oportunidad que tuvo, dando por finalizada “su” guerra en un campo de concentración que los “amigos” franceses de la República española habían preparado en su territorio para ayudar al ejército “rojo” que, “vencido y desarmado”, permitía al Caudillo de España por la G. de Dios proclamar en Burgos que “la guerra ha terminado”.
A mi corta edad también creía que en 1950 y años siguientes la guerra había terminado, para bien, el 1 de abril de 1939, cuatro años antes de mi nacimiento. Obviamente, no fue así, y sobrevino a todo ello la gran mentira del “Movimiento” y la Formación del Espìritu Nacional (FEN) con la que me caí, como Saulo (o San Pablo) del caballo: ni Franco fue el sheriff bueno de las películas estadounidenses, ni José Antonio Primo de Ribera su hombre de confianza.
Y para colmo, rememoro en este 24 de abril de 2023 -a tan solo un mes de cumplir los 80 años- que, desde su fusilamiento tras ser juzgado por las autoridades republicanas en 1936 en la cárcel de Alicante, el fundador de la Falange (que hizo suya el general Franco) José Antonio, reposa -ojalá que finalmente- en el cementerio madrileño de San Isidro, ante cuyas puertas se concentraron en las primeras horas de la tarde, un grupo de simpatizantes franquistas y falangistas. Los saludos fascistas y el canto, como digo, del “Cara al sol”, fue el inicio de un intento de romper el cordón policial montando en previsión de alteraciones. En el forcejeo se produjo la detención de tres personas a las que se acusa de un presunto delito de desórdenes públicos.
La exhumación de los restos mortales de Primo de Ribera coincidió con el 120 aniversario de su nacimiento y fue su quinto entierro desde que fuera fusilado. En el primero fue enterrado en una fosa común del cementerio de Alicante, de donde fue exhumado el 4 de abril de 1939 para ser trasladado a un nicho; meses más tarde, su féretro fue conducido al Escorial a hombros de falangistas -algunos de muy joven edad- para ser depositado en la capilla de los reyes del monasterio; y veinte años más tarde, en 1959, trasladados a la basílica de Cuelgamuros tras la inauguración del entonces -y hasta hace poco- denominado Valle de los Caídos, donde se encuentran los restos de 33.830 personas. combatientes de ambos bandos de la Guerra Civil, un tercio de ellos todavía sin identificar.
Ojalá se acaben aquí “las guerras” de todos los que protagonizaron la de la sublevación de 1936, y la de los que padecimos sus consecuencias : sus mentiras, su formación del espíritu nacional, sus cárceles y sus represalias y desencuentros. Que el quinto entierro de José Antonio Primo de Ribera se lleve clon los restos de este el último resquemor y la última mentira de una guerra que “nos vino” a los de mi generación.