El mar trajo a Pablo Picasso a Vigo. Fue el 25 de octubre de 1891, el día de su décimo cumpleaños. Las condiciones meteorológicas impidieron a la nave, procedente de Málaga arribar a La Coruña, destino académico del padre del artista, José Ruiz Blasco, profesor de la escuela provincial de Bellas Artes, titular de la asignatura de Dibujo de Adorno y Figura.
Según el periplo deducido por el experto picassiano Rafael Inglada, los Picasso permanecieron uno o dos días en la ciudad olívica, después viajaron en tren hasta Santiago, a donde llegarían tras sobrevolar Redondela con sus viaductos, admirar la Ensenada de San Simón, detenerse en las estación de Pontevedra, y completar el que fuera el primer tramo de ferrocarril de Galicia, entre Carril y Cornes en Compostela. Desde allí, en el carruaje de la Ferrocarrilana, llegarían al mismo Obelisco en Coruña, ciudad en la que el genio tendría su residencia entre 1891 y 1895.
Picasso nació malagueño y prodigio. Recibió el nombre de Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Crispiniano de la Santísima Trinidad Ruiz. Pero un solo apelativo, de origen italiano, bastarían al artista más importante del siglo XX y al más prolífico: Picasso.
Galicia le regaló un escenario para sus incipientes años mozos, Pablo transitó su adolescencia en ella. Fue una etapa decisiva en la consolidación de su personalidad. La vivió con intensidad bajo una luz atlántica, yodada, de intensos azules, que permanecerían ya para siempre en sus retinas, azules que trasladaría a su paleta, que acabarían por definir una de sus etapas más relevantes, que huellarían su obra y sus recuerdos.
Picasso pisó por primera vez tierra gallega en Vigo. En La Coruña accedió a sus primeros estudios artísticos, en la Escuela de Bellas Artes. Todo parece indicar, que tras alguna obra infantil andaluza, en la que ya apuntaba maneras, en Galicia aprendió a dibujar, aquí pintaría sus primeros paisajes y figuras. Así lo confirmó una de las máximas expertas en el genio, Elizabeth Cowling, catedrática de Arte Europeo del Siglo XX en la Universidad de Edimburgo (Escocia), en una conferencia en la Fundación Barrié.
Entre sus maestros, además de su padre, fue una figura determinante Isidro Brocos. Con posterioridad, recibiría clases de otro gallego casi olvidado, el pintor y político Tiberio Ávila, natural de Viana do Bolo, profesor de Anatomía y Fisiología en la Escuela Superior de Bellas Artes e Industria de Barcelona.
Muchos de estos datos se escabullen entre las aportaciones, el estudio y los conocimientos de los gallegos que le conocieron en su infancia, los que le trataron en Paris, a él o a sus colaboradores; los que le visitaron en la Costa Azul, como Antonio D. Olano, Camilo José Cela o Juan Pardo -llegarían a cantar juntos Anduriña, incluida en un álbum del mismo nombre para el que el artista hizo un dibujo-; de expertos como Ángel Padín, Ventureira, Antón Castro -que prepara una gran exposición sobre el autor del Guernica-, entre otros muchos.
Picasso, que dicen hablaba gallego, posiblemente aquí pintara incluso su primera paloma, nunca se olvidó de Galicia, a la que no tornó. Le debemos un gran recuerdo, posiblemente un Museo, el mismo que dicen que le negó un alcalde coruñés de otra época. Me dicen que la familia del artista estaría dispuesta a colaborar en tan magnífico reto. La oportunidad semeja única.