A la estación de RENFE en Santiago llega el último ALVIA a las 22.46 h. o el último AVANT a las 23.35 h. Cualquiera de ellos vomita abundantes pasajeros. Aquellos que saben del problema inician su particular gincana. Abandonan el vagón los primeros, no aguardan al ritmo prudente de las escaleras mecánicas, trotan por los peldaños fijos de dos en dos, primero hacia abajo, luego hacia arriba, cruzan los andenes como galgos tras una emergencia, pasan el vestíbulo en proceso de dormitar, salen a la plaza y miran hacia su objetivo. En el mejor de los casos, dos tristes taxis aguardan por él. Sólo dos para los afortunados que hayan superado la prueba olímpica.
El resto de viajeros siguen el mismo itinerario hacia la ausencia de transporte público. Hay coches de familiares que entran y salen de la estación. El movimiento es el propio de una gran ciudad turística y universitaria. Gente de todo pelaje arrastrando maletas. Mochilas abultadas y caras de sueño o cansancio. La noche es agradable, no llueve porque este año está tan seco como la parada. El buen tiempo protege la larga cola que se va zurciendo sin marquesina. ¿Vendrán? Es la pregunta que zigzaguea de una boca a otra. Nunca se sabe, es la respuesta de algún veterano.
Lloran los niños, las abuelas maldicen su suerte. Una joven ha encontrado el teléfono de Radio Taxi. Después de una larga espera consigue conectar. Protesta por la situación. Vamos a intentar localizar alguno cercano, le dicen. Es un consuelo. Ha pasado media hora y los más jóvenes deciden emprender el camino hacia la Plaza de Galicia soportando las maletas. Seguro que allí hay, se consuelan. Diez minutos después, por fin aparece el primero y carga con la bronca habitual. Está inmunizado, no dice palabra, ayuda con las maletas y escapa.
Este retrato puede usted disfrutarlo todos los días, con más o menos volumen o precisión. El servicio de Taxi en la estación intermodal de Santiago es penoso. Para muchos turistas son la primera imagen de una ciudad bien dotada de cuanto los visitantes esperan. Menos taxis. Quién sabe si los taxistas compostelanos no les estarán abriendo la puerta a Uber o Cabify con su desidia.