
Tras los terribles atentados del aeropuerto de Kabul, empezamos a sacar una serie de conclusiones. La primera tiene ver con el actual inquilino de la Casa Blanca. Desde el primer momento me pregunté una cosa: Puede un hombre de setenta y ocho años ser el Líder del Mundo Libre y a la vez Comandante en Jefe de uno de los ejércitos más poderosos? Y ojo, no piensen mal, que no pretendo convertir a Biden en ese saco de boxeo que encaja todos los golpes sin devolver ni medio. No voy a entrar en si sus capacidades están o no al cien por cien, ni si es la cara visible tras la que se oculta un oscuro conglomerado.
EEUU, a diferencia de lo que muchos creen, es un país que a nivel político y militar, copia casi al milímetro la estructura de la República Romana. Hay un Congreso, o cámara baja,y un Senado, donde se supone que se encuentran aquellos individuos que por formación y experiencia son merecedores de la “auctoritas” o saber socialmente reconocido. Pues bien. El presidente Biden tiene una larguísima trayectoria política que en teoría le confiere esa auctoritas que cito. El problema es que con los años, no es que uno adquiera ese aspecto que nos hace recordar al abuelo de Heidi. Al final, lo eres. Por muy bien que uno se conserve o refuerce su sistema inmunitario con esos productos casi milagrosos, la reducción de los niveles de testosterona es imparable. Con cincuenta cumplidos se nota poco. Con sesenta, algo más. Pero a partir de los setenta, es absurdo intentar engañarse a sí mismo.
Si estás en un ámbito seguro, rodeado de familia y amigos, seguramente no pase nada. Les da igual si ríes, lloras o si la próstata o el colon te obligan a salir corriendo hacia el excusado. Ahora bien. Si eres un personaje público, y no digamos ya “primera autoridad” (ahora sin “c” intercalada), la cosa cambia. Todos tus gestos son observados al milímetro, tanto por afines como adversarios.Y no digamos ya si se trata de enemigos declarados. No me quiero imaginar lo que deben estar pensando ahora los expertos del Kremlin y Beijing tras ver llorar al presidente norteamericano por sus muchachos asesinados. Menos aún lo que ocurre entre los barbudos y la franquicia local del Daesh. Para estos últimos, Biden es un pelele. Un individuo al que no conceden pizca de respeto ni honor. Y dado que es el jefe del Ejército, ese desprecio se hace extensivo a los uniformados.

Vienen días muy duros, y cuanto antes lo asumamos, mejor. Que esta madrugada los drones artillados hayan abatido a un líder del Daesh afgano, no cambia nada. Solo su afán de venganza hacia todo aquello que huela a occidental.
Por otro lado, me reafirmo en cuestiones planteadas en artículos previos. Si en veinticuatro horas se localiza al cabecilla de una célula armada, qué pasó antes? Obedece todo a un “soplo” más que sospechoso, o es que al sujeto en cuestión lo tenían monitorizado? Y de ser esto último, por qué se esperó a que tuviera lugar una masacre para sacarlo del medio?
Lo dije y lo repito:las medidas preventivas siempre son más efectivas que las paliativas. Pero para ello, hace falta un cambio de mentalidad y de procedimiento. Quien sepa leer entre líneas, sabrá perfectamente a qué me refiero.
Para concluir, no pierdo oportunidad de hacer un nuevo paralelismo histórico. Puede que Afganistán no sea el episodio final, ni Biden el “último emperador de Occidente”. Pero entre la derrota en Adrianopolis y la entrada de los bárbaros en la ciudad eterna, no pasaron ni cien años. Tengamos esto muy presente.